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Mi casa ¿es su casa?

Más vale buena esperanza que ruin posesión
Refrán popular

El pueblo mexicano siempre ha tenido fama de ser un buen anfitrión. Somos gente que con gusto se desprende de lo que tiene para ayudar a quien lo necesita. No hace mucho, cuando comenzaron a aparecer centroamericanos que iban rumbo a Estados Unidos en los cruceros de las vías del tren, se formaron incluso ONG en la Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG) que les dieron alimentos y refugio para que se recuperaran antes de continuar su viaje.

Todo lo anterior hasta que comenzaron a aparecer vivales nacionales con el look del migrante, en el que encontraron una fuente de ingresos más fácil que limpiar parabrisas o hacer malabares en los semáforos. Plaga que se extendió por toda la ZMG, pidiendo no alimento, sino dinero.

Desde entonces, los tapatíos, salvo algunas excepciones, nos volvimos desconfiados de los individuos que, vistiendo ropa sucia, cachucha, luciendo manchas negruzcas en el rostro –semejando la mugre acumulada del viaje en el tren–, cargando una desgastada mochila con una cobija enrollada y atada encima, con caras compungidas y haciendo señas que dan a entender que quieren dinero para comida.

La vista gorda

Las autoridades, por su parte, miran hacia el otro lado y no se dan por enteradas. A los salientes gobernador y alcaldes parece no importarles que la estadística de la criminalidad vaya en aumento –así lo señalamos aquí–, ni que eso pudiera relacionarse con el tránsito de aquellos que se han autoexiliado de sus países y van de paso en busca del sueño americano. Al final, entre los que pasan hay de todo.

Incomprensible

Si bien el fenómeno social de las migraciones que ahora se da en todo el orbe tiene muchas aristas que dificultan un análisis fácil, en el caso de nuestro país es sabido que era, en la mayoría de los casos, sólo la ruta hacia la meta y que la mayoría lograba pasar el río Bravo, otros morían en el camino y pocos se quedaban en nuestro país, aunque, aun siendo pocos, generando ya un problema socioeconómico cada vez más grave.

Lo que no se entiende es cómo fue posible que Enrique Peña Nieto, el aún presidente de México, y Andrés Manuel López Obrador, presidente electo del país –no es creíble que Peña no haya consultado con AMLO la decisión cuando está a punto de relevarlo–, hayan autorizado la entrada legal –nada más tuvieron que registrarse en un libro para legalizar su estancia– a una caravana de miles de migrantes de diferentes países centroamericanos que pretenden ingresar a Estados Unidos de manera ilegal, y cuando ya Trump había asegurado que les impedirá cruzar su frontera, con las armas si es necesario.

Compló

Más allá de teorías y chistes, preocupa la actitud, por un lado, de los gobiernos de todos los niveles –alcaldes, gobernadores y el Ejecutivo federal– en los estados por los que han transitado, donde les han dado no sólo facilidad de tránsito, sino que además se les ha cumplido su exigencia de ropa, cobijas, colchones, alimentos, medicinas y lugar para pernoctar.

Por el otro, la de los integrantes de la caravana. Es fácil encontrar en las redes sociales videos tomados por ciudadanos locales que muestran las condiciones en que dejan sus campamentos: la comida pudriéndose porque no les gustó y prefirieron comprar pizzas, y todo lo demás que recibieron sucio y abandonado, echándose a perder.

Definitivamente, en este caso hay tres cuestiones muy claras: la primera es en qué pensaban Peña Nieto y López Obrador al dejarlos pasar; la segunda, de dónde obtienen el dinero para darse el lujo de abandonar lo que se les da y, la tercera, que bajo estas circunstancias, México, nuestra casa… no es su casa.

@BenitoMArteaga

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JJ/I