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Orígenes y actualidad: Maras en Centroamérica

Cuando se habla de conflictos sociales internacionales, especialmente aquéllos que resultan relevantes por su alto índice de violencia en contra de la sociedad civil, hoy en día los medios de comunicación a nivel global enfocan sus reflectores a Medio Oriente para seguir de cerca los acontecimientos relacionados con el llamado Estado Islámico, un actor internacional que recientemente entró en escena y que, entre muchas otras, tiene tres características fundamentales: la extrema violencia con la que busca lograr sus objetivos, la capacidad para atraer y reclutar nuevos miembros, y su gran habilidad para poner en jaque a los gobiernos que buscan hacerle frente.

Sin embargo, sin ir más lejos, en nuestro continente, y desde finales del siglo 20 se presenta un fenómeno social con diversos colectivos, que se sustenta en esos mismos tres pilares de la violencia extrema, la capacidad de reclutamiento y el éxito en anular casi al máximo los esfuerzos del Estado por combatirlos. Me refiero a las llamadas maras centroamericanas.

Estas pandillas han desatado una guerra en la región conocida como Triángulo del Norte de América Central, conformada por Guatemala, Honduras y El Salvador, y cuyo resultado es que actualmente la zona se considera una de las más violentas del mundo con una alta tasa de homicidios.

Pero revisemos primero los antecedentes de este problema que trasciende fronteras. De acuerdo con Rebeca García, la palabra mara tiene diversos orígenes, dependiendo del antropólogo que se tome como referencia. Algunos argumentan que es una abreviación de la palabra marabunta (hormigas grandes y carnívoras que emigran en grandes cantidades y que atacan a sus presas en grupo). Otros afirman que la palabra mara era utilizada en El Salvador para referirse a “gente alborotadora.” Y hay quienes incluso apuntan hacia un origen budista, ya que en esta religión, Mara es un diablo que personifica al mal (GARCÍA B., 2013); pero independientemente del origen del vocablo, hoy día la palabra mara es un sinónimo de pandilla.

Los orígenes

Ya se mencionó que este fenómeno social tiene su espacio de mayor influencia en Centroamérica, pero lo cierto es que sus orígenes los podemos identificar en los Estados Unidos de América, específicamente en las pandillas del área de Los Ángeles, en el estado de California, las cuales “surgen como consecuencia de la conjunción de distintos factores: los procesos de exclusión social, crecimiento urbano rápido y sin planificación, inmigración desordenada, extrema pobreza y falta de oportunidades, a las que se añaden xenofobia y racismo” (GARCÍA B., 2013).

La participación de centroamericanos en estas pandillas se comienza a percibir durante la década de los 80, periodo en que países como Nicaragua, Honduras y El Salvador se vieron inmersos en violentos conflictos que derivaron en guerras civiles, y aquéllos que tenían posibilidad huyeron principalmente a Estados Unidos para escapar de esta situación. Sin embargo, muchos jóvenes encontraron marginación y discriminación en este nuevo entorno y eso propició que se unieran a las pandillas, principalmente de origen mexicano y en las que se sentían cobijados e identificados.

Es en las dos últimas décadas del siglo 20 que hacen su aparición dos de las pandillas más extensas y temidas actualmente, la Barrio 18, que adopta su nombre de la calle donde se formó y la Mara Salvatrucha, llamada así originalmente por estar conformada principalmente por miembros de origen salvadoreño, pero que posteriormente modifica su nombre a MS-13, añadiendo ese número por ser la posición en el alfabeto de la letra M y en señal de respeto al apoyo que recibieron de la mafia mexicana de Los Ángeles, conocida también como La Eme.

Con el paso del tiempo el gobierno de Estados Unidos endureció su política migratoria deportando grandes cantidades de indocumentados, muchos de ellos miembros de estas pandillas, quienes se encontraron nuevamente con obstáculos para adaptarse a su nuevo entorno social, pero ahora en sus propios países de origen. Estos mareros no lograron reintegrarse a la sociedad y continuaron fortaleciendo redes de criminalidad y cimentando las relaciones delictivas entre éstos, sus países de origen y las pandillas en Estados Unidos.

Algunos factores que propiciaron el desarrollo de este fenómeno pandilleril en la región lo explican Cruz y Portillo, citados por Santacruz, y son los siguientes:

-La pobreza, es decir, las implicaciones que ésta acarrea para quienes la sufren y entendida como deterioro en la calidad de vida y en el nivel de bienestar general de las personas.

-La marginación social, entendida como la disminución de las posibilidades de la persona o del grupo de influenciar y modificar su entorno y de ser agentes activos de cambios en su vida o en su comunidad.

-El conflicto armado, no sólo como posibilitador del deterioro de las relaciones sociales, sino como un fenómeno que ocasionó el desplazamiento de las personas tanto a nivel nacional como internacional.

-Relacionado con el punto anterior se considera la transculturación derivada de la emigración y que posibilitó la importación de valores, de formas de relación, de normas y de la forma de ser pandilla.

-Finalmente los problemas familiares reflejados en la falta de calidez emocional, el bajo nivel de comunicación entre padres e hijos, la ausencia de supervisión y cuidado por parte de los padres, la ausencia de modelos a seguir, etc. (SANTACRUZ, 2001).

Estos autores argumentan también que es este mismo entorno de violencia y marginación social sistemática el que provoca una desensibilización personal y colectiva que, aunada al deseo y en ocasiones necesidad de hacer justicia por su propia mano, es terreno fértil para la creciente espiral de violencia.

En general, así como el problema creció en las calles de Los Ángeles, el impacto en Centroamérica también fue grave, ya que los gobiernos confrontados con este regreso significativo de criminales no implementaron las medidas necesarias para combatir esta nueva realidad. Por el contrario, utilizaron mano dura que tuvo un efecto contraproducente, ya que agruparon a todos los mareros en prisión, donde estos pudieron redefinir sus planes, articular sus estrategias y fortalecerse, como se verá más adelante.

Según datos de la Comisión de Jefes de Policía de Centroamérica y el Caribe presentados por el Banco Mundial, Honduras es el país con mayor número de integrantes, con 36 mil, seguido de Guatemala, con 14 mil, y de El Salvador, con 10 mil 500. El resto de países centroamericanos también figuran en la lista con cantidades menores y, en total, el número de pandilleros asciende a casi 70 mil, lo que nos habla de la magnitud de este problema social.

Rasgos característicos

Estas maras o pandillas tienen rasgos característicos que los distinguen de otros grupos similares, uno de ellos es el ingreso a través de procesos o rituales de iniciación; por ejemplo, en el caso de la Mara Salvatrucha los jóvenes que desean ingresar, muchas veces rondando los 12 y 13 años de edad, deben de someterse al brincado o ritual marero que consiste en recibir una golpiza de parte de otros miembros del grupo, durante 13 segundos, y sin posibilidad de meter siquiera las manos para defenderse; en algunos otros casos, estos rituales incluyen el asesinato para mostrar lealtad.

A partir de este momento los demás integrantes de la pandilla lo protegerán ante cualquier agresión y él debe defender a los demás, acatando órdenes que le asignen sin ninguna objeción, ya sea torturar o asesinar, y teniendo presente que la única manera de salir de la mara es con la muerte.

En general las maras no tienen un liderazgo único que controle de manera absoluta todas las redes, sino que operan por medio de células o clicas de entre 25 y 50 miembros cada una, y que operan en distintos territorios, cuentan con sus propios jefes y su misión es tener el control total en sus poblaciones.

A los líderes de las clicas se les conoce de diversas formas: el Gran Míster, Leader, Big Palabra o Ranfla y éste determinará las actividades del grupo. Es elegido con base en distintos criterios, ya sea por valentía, audacia o violencia o debido a su capacidad organizativa y de liderazgo, teniendo en algunos casos estudios, trabajo y cierto prestigio en su comunidad.

Otros rasgos emblemáticos son sus formas de comunicación, los grafitis o pintadas, empleados para marcar territorio, insultar o retar a otras maras; las gesticulaciones como forma de comunicación y que no sólo incluye el uso de los brazos y las manos, sino también la mirada y la posición de la cabeza, y finalmente los tatuajes empleados como símbolo de pertenencia al grupo, expresan protección y dominio, y generalmente son elaborados de forma casera por otros miembros del grupo llamados taggers.

Tradicionalmente el tatuaje ha sido considerado como una fuente de información sobre quien lo porta, pues no sólo indica a cuál mara pertenece, sino la posición que ocupa en ella e incluso los crímenes que ha cometido, dependiendo del tipo de tatuaje, su ubicación y tamaño, etcétera.

Su principal vía de financiación es la extorsión, es decir, cobran un impuesto a quienes trabajan en sus zonas. Con total impunidad extraen pagos de negocios de barrio, decretan toques de queda y deciden quién puede vender y transportar drogas y dónde. Es también este vínculo con el tráfico de drogas el que les hace ganar altas sumas de dinero.

La reciente oleada de salvajismo que incluye decapitaciones, descuartizamientos y violaciones sistemáticas es el resultado de la creciente participación de estas maras en el negocio global de la cocaína. De hecho, las pandillas ya no sólo pelean entre sí, sino que además invaden territorios de las arraigadas redes de tráfico de drogas vinculadas a cárteles mexicanos.

También es de resaltar su forma de negociar con el gobierno utilizando los homicidios como herramienta básica. Los maras encontraron que sus demandas podían conseguirse si dejaban suficientes cadáveres en las calles.

Actualidad y cambio

Douglas Farah, de Foreign Policy, ha hecho una profunda investigación sobre este tema siguiendo de cerca su evolución y concluye con algunos puntos que son de llamar la atención; por ejemplo, él habla de semejanzas sorprendentes entre la MS-13 y el Estado Islámico, y argumenta que “al igual que ese movimiento, las pandillas reclutan principalmente a jóvenes desempleados con pocas oportunidades económicas, tanto en persona como a través de las redes sociales. Los reclutadores prometen una vida con un propósito y una oportunidad de ser parte de algo más grande que uno solo” (FARAH, 2016).

Al igual que el Estado Islámico, las pandillas comienzan ahora a radicalizar a sus reclutas con videos de violencia salvaje, decapitaciones, descuartizamientos con sierras y machetes, y brutales torturas, y se hace un llamado a tomar las armas contra otras pandillas e incluso civiles.

Otro aspecto que destaca Farah con respecto a la evolución de estos grupos es que los actuales cabecillas buscan proyectar una imagen más corporativa y se distancian de los líderes históricos que continúan en prisión. Comienzan a abrir negocios semilegítimos, tanto para generar ingresos como para lavar dinero; algunos de estos negocios incluyen transporte público, panaderías y estaciones de gasolina.

En comparación con hace algunos años hoy en día es posible ver en sus barrios o clicas, rifles de asalto, vehículos blindados, pisos francos y teléfonos satelitales encriptados, lo que nos habla claramente del grado de organización al que han evolucionado.

Su estilo de vida y disciplinas también han cambiado. Se reúnen en sitios de lujo, visten camiseta y el emblemático tatuaje está comenzando a prohibirse para evitar ser identificados por la policía.

Efectos colaterales

Es de destacar que este fenómeno, que tuvo sus inicios en Estados Unidos en la década de los 80, vuelve a tener repercusiones en aquel país, 30 años después, pero en un contexto diferente.

Hace apenas un par de años se hizo eco en los medios de comunicación de la crisis humanitaria que se estaba viviendo en algunas zonas de la frontera sur de aquel país. Esta crisis ha sido resultado del creciente flujo de menores no acompañados que viajan desde Centroamérica a través de la frontera entre Estados Unidos y México, y que podría convertirse en un fenómeno mucho más dramático debido a la atroz violencia y a la guerra de pandillas que azotan a la región, ocasionando un grave deterioro social.

Las maras recurren a muchachos de entre 10 y 15 años para que cumplan con labores de vigilancia a cambio de droga, y de forma paulatina estos niños van ingresando en el violento mundo de las maras. En muchos casos son acorralados para unirse y, si se niegan, son asesinados. Niñas desde los 11 años de edad son tomadas como esclavas sexuales y es esta situación de constante amenaza lo que lleva a padres a enviar a sus niños en un costoso y muchas veces peligroso viaje hacia los Estados Unidos.

Estrategias de combate

Diversas estrategias se han implementado para combatir esto que para muchos es un cáncer social. Se han creado leyes antimaras que buscan combatir el problema, pero que han sido muy criticadas por su ineficacia y su carácter represivo, además de que descuidan temas clave como la prevención, la rehabilitación y la inclusión social.

El Salvador, por ejemplo, recurrió en 2012 a una tregua con el aval de la Organización de los Estados Americanos, sin embargo, para los expertos este periodo de relativa calma sólo sirvió para la evolución política y criminal de estas pandillas. De acuerdo con Farah, la MS-13 utilizó esta tregua para rearmarse, reorganizarse y crear lazos más estrechos con las redes regionales del tráfico de cocaína (FARAH, 2016). En otras palabras, los líderes tuvieron casi dos años para desarrollar una estrategia política y económica, introducir asesores y comenzar con una profunda transición de pandillas callejeras a organizaciones criminales con un mayor control político y territorial.

Otro tema que resulta por demás complejo es el de su reinserción en la sociedad. Recordemos que de acuerdo con su disciplina la única forma de salir es con la muerte; a fin de evitar esto, muchos mareros utilizan el recurso conocido como calmarse, lo cual significa que no se abandona definitivamente a la mara y a la clica, pero se deja de participar en sus actividades como robos, extorsiones y homicidios. El argumento más común para adoptar este nuevo estatus es una conversión de tipo religioso.

Por otro lado, diversos actores internacionales han ofrecido su apoyo para solucionar este tema. Destacan, por ejemplo, el apoyo económico del gobierno de los Estados Unidos para mejorar las condiciones de desarrollo en la región; la participación de organismos no gubernamentales de la Unión Europea en temas como el borrado de tatuajes para facilitar la reinserción en la sociedad, e incluso el apoyo que ha ofrecido el gobierno mexicano para la atención de los menores no acompañados que cruzan el territorio en su viaje hacia la frontera norte.

Conclusiones

El problema de los maras no se supo controlar a tiempo y se ha extendido a niveles inimaginables y peligrosos. El contexto global que vivimos actualmente, en el que predomina la impunidad, la desconfianza hacia el gobierno, el deseo de poder y la comunicación a través de redes sociales, entre otros, abonan para que estos grupos encuentren espacios para lograr esa metamorfosis que les permita seguir extendiendo su control y dominio sobre el gobierno y la población.

Al igual que el Estado Islámico, éste es un problema que rebasa la capacidad de los gobiernos para enfrentarlos de manera independiente y se requiere la acción multilateral para encontrar soluciones efectivas, que no van únicamente por la vía judicial o del uso de la fuerza, sino que deben incluir programas efectivos de educación e inclusión social a través de oportunidades para lograr un mejor nivel de vida.

Lo que es un hecho es que, así como fue creciendo gradualmente con el paso del tiempo, también será gradual su posible erradicación, siempre y cuando esté bien planeada y coordinada.

 

Bibliografía

FARAH, D. (19 de enero de 2016). Central America’s Gangs Are All Grown Up. Recuperado el 8 de junio de 2016, de Foreign Policy: http://foreignpolicy.com/2016/01/19/central-americas-gangs-are-all-grown-up/

GARCIA B., R. (2013). Maras en Centroamérica y México. Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Madrid: CEAR.

SANTACRUZ, M. (2001). Maras y pandillas en Centroamérica (Vol. I). Managua, Nicaragua: UCA Publicaciones.

SERRANO-BERTHET, R. (2011). Crimen y violencia en Centroamérica. Banco Mundial. Washington: Banco Mundial.

SUAZO, C. (15 de noviembre de 2015). El infierno en la Tierra: Las peligrosas “maras” de Centroamérica. Recuperado el 8 de junio de 2016, de Bio BioChile: http://www.biobiochile.cl/noticias/2015/11/15/el-infierno-en-la-tierra-las-peligrosas-maras-de-centroamerica.shtml

 

Catedrático de la Universidad Panamericana