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Acumulación e inequidad

Después de la pregunta retórica del presidente Enrique Peña Nieto sobre lo que hubiéramos hecho al respecto de eliminar o no el subsidio a la gasolina han surgido muchas opiniones al respecto y varias de ellas sugieren ahorros importantes en el financiamiento a partidos y en sueldos de la alta burocracia. Pese a que el financiamiento a los partidos palidece frente al dinero que se pierde por impuestos condonados y los sueldos tampoco representan un gran ahorro si se toma en cuenta el boquete en las finanzas, de todos modos es un punto interesante por analizar.

Un senador de la república, según el manual de remuneraciones del Senado, gana al mes 263 mil pesos brutos, más prestaciones, las cuales rondan alrededor de otros 90 mil pesos mensuales. Por supuesto que esto contrasta dramáticamente con el ingreso promedio de los mexicanos, que es de 9 mil 600 pesos mensuales para los trabajadores registrados en el IMSS, según datos del INEGI. Es decir, un senador gana 36.7 veces más que un ciudadano promedio incluyendo sus prestaciones; o en otros términos, un trabajador tiene que laborar casi toda la semana (40 horas) para ganar lo que un senador recibe en una hora. Ese es el tamaño del desequilibrio.

Sin embargo, esto no fue siempre así. Si bien desde hace mucho que nos alejamos de la “honrada medianía” que promulgaba Benito Juárez respecto del servicio civil, no fue sino hasta el sexenio de Vicente Fox que se empezaron a dar estos aumentos a los altos funcionarios del gobierno en todas sus ramas. La justificación fue que si tenían salarios equivalentes a lo que se ganaba en las grandes empresas, entonces no tendrían motivo para corromperse. Tristemente hemos sido testigos de que este propósito o fue muy ingenuo o muy cínico, y que no se cumplió en absoluto: baste ver la historia de los moches de los diputados, las casas de los secretarios de gobierno y la corrupción rampante de los gobernadores. A mi parecer, Fox intentó crear una estructura de salarios similar a la que opera en las empresas mexicanas, lo que en principio, tampoco es muy aconsejable. Siguiendo la idea de Reagan de la economía desbordada (trickle down economics) se supone que si se permite la acumulación irrestricta de riqueza, ésta se concentrará inevitablemente en unas cuantas manos pero eventualmente le llegará a los de abajo y se re distribuirá. Nada más equivocado. En economía existe un concepto llamado “la velocidad del dinero”, que consiste en ver qué tan rápidamente el dinero cambia de manos al comprar bienes y servicios; mientras más rápido sea, es mejor para la economía, que se dinamiza. La alta concentración hace lento el proceso: tarda más una persona en gastar un millón que mil personas en gastar mil pesos cada una. Pero además, la concentración se acelera: nunca como ahora en el mundo se había producido tanta riqueza y nunca había estado tan concentrada: tan sólo ocho personas tienen 50 por ciento de la riqueza mundial, y uno de ellos es mexicano.

Hay una gran inmoralidad de fondo: son los trabajadores los que crean la plusvalía de lo que producen, y si bien el capital es fundamental para poner en marcha el sistema, las diferencias en ingresos se han vuelto obscenas. En contraste, algunas empresas (cooperativas) tienen una regla sencilla: el puesto más alto no puede ganar más de 10 veces lo que el puesto más bajo. Esto obliga a la distribución más equitativa de las utilidades y a una economía más sana.

Por solidaridad, por ética, por moral, por vergüenza, nuestra alta burocracia debería seguir este ejemplo.

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