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Política utilitaria

En los últimos días hemos sido testigos de convulsiones y oscilaciones políticas que indignan y conmocionan a más de uno. En las redes sociales se escuchan voces iracundas que reniegan e increpan a los principales dirigentes de políticos partidos y grupos parlamentarios. Algunos fervientes seguidores de líderes nacionales (o locales) se ven abrumados por los constantes cambios de señales y, en algunos casos, engendran serias crisis de identidad ideológica, política o partidista.

Las geografías ideológicas tradicionales se ven modificadas en cada arrebato telúrico en donde se configuran calzadas doctrinarias cada vez más empinadas y resbaladizas. Las líneas que distanciaban claramente márgenes extremos se confunden en un abrazo político inusual formando un enorme crisol donde se enmarañan intereses, chantaje, intimidaciones, seducciones y compromisos perversos.

El Diccionario de la Real Academia Española (RAE) define la palabra utilitario, ria como una actitud que “valora exageradamente la utilidad y antepone a todo su consecución”. Los acuerdos a que llegaron los líderes de partidos nacionales y de fracciones parlamentarias en el Congreso de la Unión recurren a la política utilitaria, estimando con denuedo la búsqueda de sus dividendos. Pero, ¿utilidad para quién? ¿Para sus representados? ¿Para los distritos o estados de donde son representantes? No, caballero, dama. Son para posicionamientos partidistas o individuales, actuales o futuros (hoy inicia formalmente el proceso electoral).

Las expresiones de política utilitaria que hemos presenciado en los pasados días no deben sernos tan ajenas ni causarnos tanto espanto o desorientación si consideramos que lo que al final pretende cada expresión política es llevar agua a su molino, al fin y al cabo que, para cuando la ciudadanía tenga que decidir en las urnas el próximo 1 de julio de 2018, estará tan abrumada y saturada por las campañas, que poco recordarán los acuerdos que se tomen en estos días en la famosa caja negra de David Easton: ese lugar oscuro donde se procesan las decisiones políticas y se ocultan a la vista de los ciudadanos comunes.

Al menos dos ejemplos claros habrá que considerar. Por un lado, la elección de la mesa directiva del Senado por las fracciones parlamentarias de los partidos Revolucionario Institucional (PRI), Verde Ecologista de México (PVEM), de la Revolución Democrática (PRD) y del Trabajo (PT), y del cual fuimos testigos de la ropa sucia que sacaron a lavar los senadores del Partido Acción Nacional (PAN), cuando el panista Ernesto Cordero fue elegido presidente del Senado. De acuerdo con algunos, esto abre la puerta para el pase automático del fiscal general de la República.

De igual manera, la conformación del frente amplio democrático (ahora Frente Ciudadano por México), integrado por los partidos Acción Nacional (PAN) y de la Revolución Democrática (PRD), además de Movimiento Ciudadano (MC), con intenciones electorales, pero que también con la idea de que ocurra algo pocas veces vistos en nuestro país: que se conformen verdaderos gobiernos de coalición o gabinetes plurales. Soñar no cuesta nada.

Ambas acciones han sacudido los pilares y las entrañas partidistas, así como algunas lealtades de militantes, simpatizantes y ciudadanos, a tal punto que se ha precipitado el deslizamiento de perredistas hacia Morena y se ha evidenciado la falta de unidad y la polarización de los grupos al interior del PAN. Quienes crean que la política en México es una actividad noble y bienintencionada, están muy equivocados. La clase política nacional tiene muy claras sus prioridades de grupo en la búsqueda del poder en todos los ámbitos gubernamentales. La política utilitaria es para su propio beneficio y usufructo, y de seguro se verá intensificada en las elecciones que se avecinan.

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JJ/I