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Esperanza viva

Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol

Martin Luther King

 

A una semana de ocurridos los terremotos que sacudieron la capital del país, la fuerza que continúa sosteniendo los esfuerzos que los ciudadanos hacen para rescatar a quienes quedaron atrapados entre los restos de casas y edificios caídos es la Esperanza –así, con mayúsculas–.

Sentimiento que lleva implícitas muchas de las emociones más positivas que tenemos como humanos y nos hacen diferentes de las otras especies del planeta.

Reaccionar ante la tragedia con empatía, confianza, pasión, responsabilidad, reconocimiento, disciplina, coraje, audacia, temeridad, miedo, dolor y tantas otras emociones que nos embargan y conmueven, motivándonos a actuar de manera automática –irreflexiva, a veces– para ayudar a quienes han sido sus víctimas no alcanzan a definir este verdadero acto de fe que nos lleva simplemente a confiar en que alguien llegará a auxiliarnos o en que algo podemos hacer.

Es la Esperanza una clase de energía inagotable que nos lleva a exceder nuestros naturales límites: sobreponernos al cansancio o no rendirnos a la fatalidad, hasta llegar al agotamiento físico en un caso o la muerte en el otro.

Así, a pesar de la lluvia, nuevos sismos, autoridades necias e insolentes –algunas, no todas–, agotamiento físico y muchas cosas más, los ciudadanos de la megalópolis siguen esforzándose para encontrar y rescatar a todas las víctimas, vivas o muertas.

Organización

Muchos han sido los mensajes que, circulando por las redes sociales, descalifican al gobierno. Dicen que, como hace 32 años, ha estado ausente, desordenado y desarticulado; sin embargo, hay ya otros mensajes de ciudadanos que señalan lo contrario y preguntan: ¿acaso los elementos del Ejército, la Marina y la Policía Federal no son parte del gobierno?, ¿los funcionarios de los cuerpos de Protección Civil, del Servicio Sismológico Nacional, del Inifed, de la Secretaría de Salud, IMSS e ISSSTE tampoco lo son?

Desde el 7 de septiembre los niveles de gobierno se han ocupado de determinar las prioridades: alimentos y atención médica, relación confirmada y nivel de las afectaciones, disposición de recursos para atender las necesidades, etc. Eso puede disgustar a algunos, pero no puede ni debe negarse.

Bien prietos

Nunca falta, desgraciadamente, el negrito en el arroz y no es ahora la excepción. Hemos recibido múltiples denuncias sobre abusos de gobernantes y autoridades, un ejemplo que ha sido reiterativo es el del estado de Morelos. Allá, el gobernador Graco Ramírez o su esposa –que para el caso es lo mismo– ordenaron desviar tráileres y camiones que iban con ayuda a los lugares afectados hacia bodegas del DIF, sólo para colocarles calcomanías de gobierno y gobernantes.

Acusaciones que fueron compartidas desde en simples textos hasta ilustrativos videos, mostrando transportes custodiados por policías e iracundos voluntarios que, impotentes, vieron cómo, por motivos políticos, se retrasaba la entrega de insumos urgentes a las comunidades damnificadas.

Ayer, Graco confirmó en entrevistas de radio que sólo pretendían organizar la ayuda en el DIF, para de ahí enviarla: ¿caravana con sombrero ajeno?

Prevenidos

Hay una verdad innegable que brilla en medio de la enorme tragedia que lastima a México: son grandes los lamentables daños –en especial la pérdida de vidas–; sin embargo, son mucho menores que los sufridos en 1985. Cierto es que los sismos no tuvieron la magnitud que el de aquel fatídico 19 de septiembre de hace 32 años, pero también lo es que los de hace una semana fueron dos, en diferentes ubicaciones y mucho más cercanos a la CDMX. ¿Qué sucedió entonces? La prevención funciona: primero, los reglamentos de construcción mejoraron y, segundo, la gente sabe qué hacer en caso de que ocurra, como fue, un nuevo terremoto.

@BenitoMArteaga

JJ/I