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Independentismos

Entre 1861 y 1865 se escenificó en los Estado Unidos de América (EUA) la que sería conocida como la Guerra de Secesión. El conflicto se dio entre la Unión de los estados del norte contra los estados confederados del sur que pretendían su independencia. Los primeros se declaraban abolicionistas de la esclavitud y los segundos, esclavistas. Esta guerra ocasionó la pérdida de más de un millón y medio de vidas. A pesar del tiempo transcurrido, el 11 de agosto se organizó el rally Unir la Derecha para protestar por el retiro de una estatua del general confederado Robert E. Lee, evento que terminó con la muerte de una manifestante contra de los nacionalistas. Parece que la llama separatista sigue viva.

En la década de los 60 y 70 del siglo 20, también en EUA, se originó un movimiento similar de menor trascendencia: el movimiento chicano con miras a conformar la nación de Aztlán en los estados que le habían sido arrebatados a México en la guerra México-EUA entre 1846 y 1848: California, Arizona, Texas, Nuevo México, Utah y Nevada. El Plan Espiritual de Aztlán era un manifiesto que respaldaba el nacionalismo chicano y la autodeterminación para los mexicoamericanos. En realidad era el título de un poema escrito por un joven poeta, Alurista, donde expresa: “En el espíritu de un nuevo pueblo que es consciente no sólo de su orgullosa herencia histórica sino también de la brutal invasión gringa de nuestros territorios, nosotros, los habitantes y civilizadores chicanos de la tierra norteña de Aztlán, de donde vinieron nuestros antepasados, reclamando la tierra de su nacimiento y consagrando la determinación de nuestro pueblo del sol, declaran que el llamado de nuestra sangre es nuestro poder, nuestra responsabilidad y nuestro destino inevitable”.

México no es ajeno a movimientos independentistas: a mediados del siglo 19 se instauró la Primera República de Yucatán (1821), formada por Campeche, Quintana Roo y Yucatán, pero no se concretó. En 1841, la Cámara de Diputados local promulgó el Acta de Independencia de la Península de Yucatán que establecía la Segunda República. Su primer artículo decretaba: “El pueblo de Yucatán, en el pleno uso de su soberanía se erige en república libre e independiente de la nación mexicana”. Poco después, a raíz de la Guerra de Castas, se vio obligado a gestionar apoyo militar a México y solicitar su reincorporación a la nación mexicana.

Otro intento también fue la República del Río Grande conformada por los estados de Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y partes de Texas en 1840, aunque esta iniciativa de los sublevados en realidad pretendía separarse de México dado que la Constitución Mexicana no permitía la esclavitud.

También en la actualidad se han erigido movimientos similares, pero poco serios. Por ejemplo, el de la República de Nuevo León, que sus seguidores esgrimen argumentos de inequidad que recibe el estado de la Federación: “Les estamos enviando lingotes de oro y nos mandan piedras de río”, reza un editorial de un diario neoleonés. Lo mismo ocurre con la República de Baja California con los mismos argumentos. Además, en el mismo Jalisco se pretende hacer un nuevo estado con los municipios del norte, donde se formó un comité que ya solicitó al Senado que se convierta en territorio federal independiente.

Todo movimiento independentista se caracteriza por la polarización de dos perspectivas irreconciliables. Sólo con diálogo y acuerdos políticos será posible encontrar una solución al affaire Cataluña… o tal vez no, si ninguna parte cede. Unos esgrimen argumentos legales y otros, culturales, históricos y financieros. Lo cierto es que, después de esto, España no será la misma.

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JJ/I