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Casandras

En la mitología griega existe un personaje conocido como Casandra, y su historia, brevemente resumida, es la siguiente: ella es hija del rey de Troya, y es pretendida por Apolo, quien, para cortejarla, le concede el don de la adivinación; sin embargo, ella rechaza al dios y Apolo, quien ya no le puede quitar la habilidad de predecir el futuro, hace que nadie crea sus profecías. Así, Casandra no solo es condenada a anticipar la caída de su amada ciudad, sino también a presenciar cómo acontece a pesar de sus constantes advertencias que nadie escucha. En su libro Warnings, Richard Clarke y R.P. Eddy usan la figura de Casandra para ejemplificar catástrofes recientes que pudieran haber sido prevenidas si tan sólo alguien hubiera escuchado a quienes emitieron las alarmas: desde la invasión de Kuwait por parte del régimen de Saddam Hussein, hasta la caída del mercado inmobiliario en 2008.

Ambos autores sostienen que mucha de la información está disponible, si bien se necesita talento para unir los puntos, pero el problema no es la falta de datos, sino nuestras predisposiciones para entender, y, sobre todo, aceptar las repercusiones hacia las que apuntan esos datos. En gran medida esta dificultad para atender las predicciones tiene que ver con nuestros sesgos psicológicos: asumimos que lo que nunca ha pasado no puede jamás ocurrir (“un país árabe jamás ha atacado a otro país árabe”) o que, aunque haya ocurrido, no puede pasar con mayor intensidad (como el tsunami que destruyó el reactor nuclear de Fukushima); o puede ser simplemente que la persona que suena la alarma resulta por algún motivo antipática (los alarmistas rara vez son el alma de la fiesta). También los costos asociados con la prevención o la difusión de la responsabilidad en la toma de decisiones son factores determinantes para que un desastre que pudo haber sido evitado, fuera ignorado o atendido de forma displicente hasta que finalmente se presentara.

Pero Clarke y Eddy no solamente hacen una revisión histórica, sino que incluyen probables asuntos de la mayor gravedad sobre la que se han mandado ya alertas, por ejemplo: el cambio climático, la guerra nuclear y la omnipresencia de internet. En el primer caso, al parecer las advertencias sí están siendo escuchadas. Después de la experiencia de la capa de ozono (que afortunadamente se está reponiendo gracias al protocolo de Montreal), pareciera que fuimos capaces de escuchar las advertencias; sin embargo, queda la duda de si lo que estamos haciendo es suficiente y oportuno. Es preocupante que una de las naciones que arrojan más gases de invernadero, los Estados Unidos, pareciera determinada a mantener su estilo de vida a costa de la salud planetaria.

El libro es una fuente muy interesante de datos, pero también permite observar cómo funciona la mente humana en términos de su rechazo a aceptar las malas noticias, y aquí es en donde radica el mayor valor del libro: nos permite reconocer los síntomas de una emergencia en formación, e ir más allá de nuestros filtros emocionales para escuchar a quienes están emitiendo la alarma.

Aunque el libro no habla de México, resulta interesante emplear su metodología para tratar de ver los retos que se avecinan. Por lo pronto, tendremos problemas a mediano plazo con una población que envejece y necesita seguridad social; de igual manera hay una pertinaz continuidad de la pobreza que puede resultar en el caldo de cultivo de una súper epidemia; también tendremos que enfrentar la escasez o el peligro ambiental por seguir usando combustibles fósiles. Si no enfrentamos esto ahora, reaccionar cuando sea muy tarde puede ser muy costoso. Más vale prevenir.

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