INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

Ensueño, realidad y revelación

Hay, en el perchero azul que todas las mañanas mira al cruzar el pasillo de la casa paterna, tres imágenes que son como un ensueño, una realidad y, a la vez, una forma de revelación.

En el extremo izquierdo una pareja. El hombre con guitarra en brazos canta a la amada ante el balcón de un pueblo mexicano idílico que tal vez nunca existió; o que el cine colocó en la memoria colectiva, como un deseo. Luego un espejo donde alcanza a mirar su rostro de niño; en seguida una imagen que recuerda desde siempre porque ese perchero azul tiene una especie de eternidad colgado en esa pared.

Suspendida, esa imagen es una especie de hechizado imán para su mirada y su imaginación. Es increíble mirarla: siempre le cuenta la misma historia, sin embargo nunca acaba de terminar. Existe una especie de principio que se debe adivinar; el movimiento es estático pero siempre en acción: es lo que hace que uno “adivine” lo que podría ser el final de la historia narrada.

No obstante, la representación cuenta la historia de una forma perenne, es decir: es una visión encantada; hay un tiempo y un espacio; una acción contenida en una pieza magnífica que el niño que mira su rostro en esa luna del perchero no imagina que es una de las obras maestras de la pintura de la Edad Media.

Cazadores en la nieve de Pieter Brueghel, el Viejo, es la primera obra de arte que el niño miró (impresa de manera tosca y en un papel inadecuado); esa alegoría mexicana, esa pintura de Brueghel y ese espejo –sin él saberlo siquiera– fueron sus primeras lecciones de narrativa.

Ahora mismo el niño se detiene a la mitad del pasillo. Vuelve a mirar las tres imágenes. La estampa mexicana es una ofrenda de absoluta demagogia; la tercera es una exigencia a su imaginación; y la del centro: es su propio rostro donde están todas las preguntas que aún no sabe cómo responder, pero que tardará al menos tres cuartos de su vida para tener una tentativa de respuestas…

En el espejo mira de pronto su propia cara llena de arrugas; algo le va a decir ese rostro y lo que hace –lleno de temor– es correr hacia la calle para encontrarse, como aldeano que es, con unas cuantas casas, otros niños, y a los animales que pueblan las veredas llenas de sol.

[email protected]

FV/I