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Primer año concluido; los retos del segundo 

La importancia de contar con una estructura de gobierno clara y estructurada constituye un factor de innegable importancia en el momento de establecer una proyección que ofrezca un elemento central, la certidumbre, y ésta se puede lograr cuando se conocen los rasgos generales en los que reposan las políticas públicas y, a partir de esa caracterización de la administración, la planeación se convierte en un ejercicio fundamental sobre el cual se pueden y deben apoyar las líneas generales de acción de gobierno, así como las propias de la sociedad. 

Nos encontramos ahora en el inicio del segundo año de gobierno y, sobre este asunto, tropezamos con un factor de indefinición. No sabemos a ciencia cierta si el gobierno es del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) o si se trata de un liderazgo personalizado en Andrés Manuel López Obrador en el que se desarrolla un proyecto político de gobierno surgido exclusivamente de su percepción personal o bien, si hay integrada una estructura de gobierno y gobernanza con definiciones claras e identificables. 

Se trata pues, hasta este momento, en efecto, del gobierno de un movimiento que no queda claro hasta qué punto corresponde a la lógica estructural de gobierno de un partido o solamente al seguimiento de un fuerte y poderoso liderazgo. 

Desde octubre debieron haberse renovado las dirigencias del partido Morena y, sin embargo, están en un impase que imposibilita la articulación de diálogos internos, de definiciones de partido claras porque, a imagen y semejanza de su línea genética, el Partido de la Revolución Democrática (PRD), y anteriormente del PRI, la existencia de una diversidad de líneas de trabajo y de concepciones políticas o, simplemente, de necesidades precisas de dirección política, la débil estructura de cohesión de partido entró en una paradójica situación. Por una parte, se convirtieron en gobierno, con lo que los liderazgos de partido se han transformado en la burocracia gubernamental con lo que la articulación de partido queda a la deriva dependiendo, fundamentalmente, de lo que defina el líder, que es el presidente de México. 

El problema para la Presidencia del país es que, aunque en cierta porción de su primer año de gobierno se mantuvo como una estructura de liderazgo exclusivo de partido y no de gobierno (que se sostuvo en un crédito ciudadano sin precedentes), quienes defraudados en la historia reciente por las ofertas políticas de la administración federal se sumaron a la fuerza del discurso de una opción de gobierno; extrañamente nueva, pero con historia identificable en el PRD, ahora refuncionalizada con un poderoso impacto, la lucha contra la corrupción que, por cierto, constituye el acento fundamental de la decepción de los ciudadanos respecto de las anteriores administraciones. 

Podemos encontrar que el primer año de gobierno se sustentó en el peso y poder del discurso del liderazgo de Andrés Manuel López Obrador, que lo ha convertido en el discurso presidencial. Un discurso tiene que ver con el resumen de una serie elementos que forman parte de una coyuntura y expresan, articuladamente, el sumario de una cierta fórmula de deseos que, en ese contexto, encuentran una efectividad funcional para ese momento y contexto. Sin embargo, la planeación, proyección y organización de un gobierno y su gobernanza difícilmente pueden sustentarse en el seguimiento del discurso, porque éste es coyuntural y las políticas requieren la consistencia de su articulación en planes y estructuras identificables. 

El reto del segundo año es la trasformación del sueño presidencial y social, en estructuras consistentes y sólidas que permitan que el contenido de lo ofrecido en el primer año se convierta en una realidad en cada uno de los espacios de construcción de país. 

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