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Jueces nuevos renunciando
Porque nos la quitaron
Es, ciertamente, la encarnación del estadounidense modelo. Es blanco, ojiverde, alto, criado en una familia protestante y es un exitoso self made man que no sólo logró consolidarse como una estrella en el complejo y altamente competido ecosistema de Hollywood merced a sus papeles de tipo duro, despiadado e implacable logrando hacer de sus carencias expresivas una virtud, sino también convertido en uno de los directores de cine más personales, poderosos y eficientes de las décadas recientes.
Preservando siempre, a pesar de los años acumulados, del rostro unas mejillas sonrosadas y trazado por arrugas bien definidas y del cabello gris y la postura un poco encorvada que le resta algunos centímetros a su metro con 93 de estatura, una sonrisa (la mayor parte del tiempo) casi vuelta línea recta, cabal y absolutamente sincera.
Y cómo no hacerlo si este largo trecho de vida profesional le ha catapultado como una de las leyendas vivas de la cinematografía mundial, muy a pesar de sí mismo y de su proverbial humildad, de su espíritu de trabajo constante que huye del glamour y de los favores de la fama, que prefiere la soledad del piano.
Seguro que lo recordamos por sus apariciones como el más importante vaquero de los spaghetti western, “el hombre sin nombre” y como el policía justiciero Harry El Sucio, que lo convirtieron más en un ícono que en una estrella, pero justo es su etapa como director la que le permitió darle un mayor rango de diversidad a su carrera.
O recordemos su gran homenaje al intérprete del bebop, el saxofonista Charlie Parker, al recrear su genio en Bird (1988), con un extraordinario Forest Whitaker, en un filme de época ganador de la Palma de Oro en Cannes en el mismo año que despediría a su taquillero vengador en una quinta entrega intitulada Sala de espera al infierno (1988), dirigida por Buddy van Horn, en la que el propio policía forma parte de una lista de famosos en una lista mortal en un macabro concurso de un grupo criminal.
Así de sinuosa y de contradictoria ha sido la carrera de este polivalente creador nacido en San Francisco, el 31 de mayo de 1930, con una línea de sangre irlandesa, holandesa, escocesa e inglesa que se remonta a uno de los primeros peregrinos llegados de Europa en el barco Mayflower en las primeras décadas del siglo 17.
Pero este caudal de éxitos no explica ni su tozudez ni su magnífica disposición para el trabajo riguroso, así como tampoco su determinación por abrirse paso como artista.
A sus 25 años, cuando era un joven un tanto delgado, una impresión que era subrayada por su prominente altura, si bien resultaba atlético y bien parecido, su expresividad rayana en lo monacal, los dientes apretados que apenas le permitían mascullar algunos diálogos, Clint debutó como figurante en una película de serie B de Jack Arnold, uno de los cineastas más polifacéticos de la época y que hiló varios éxitos en el género, entre los que se cuenta El regreso del monstruo (1955), que versaba sobre el escape del monstruo de la Laguna Negra que era exhibido en un acuario. Su actuación no le mereció ni siquiera aparecer en los créditos.
Pero justo serían las botas y sombreros vaqueros, la pistola y las cachas, las cabalgatas y las cantinas, que probó en Maverick, las que acabarían por sentarle bien a esta incipiente estrella, de quijada inmóvil y mirada fija, de ceño fruncido y ranuras por ojos cuando, a inicios de 1959 lo encontramos contratado como Rowdy Yates, el joven e impulsivo compañero de aventuras de Gil Flavor (Eric Fleming), que arrean hatos de reses desde Texas hasta Kansas en el Viejo Oeste en Cuero crudo (1959-1965, serial televisivo lanzado por la cadena CBS) por el que cobraba apenas 700 dólares por capítulo.
La serie habría de permanecer al aire durante seis años y le otorgaría a Eastwood una fama casi inmediata, al grado de que cuando volvió a aparecer en el programa de otro equino parlante, ahora El caballo con voz, el capítulo se llamó “Clint Eastwood Meets Mister Ed” en abril de 1962. Curiosamente, dicha experiencia le dejaría una enseñanza muy poderosa que lo marcaría para el resto de su carrera al descubrir que no deseaba pensárselo demasiado ni plantearse preguntas en torno a la interpretación de sus personajes, sino simplemente interpretarse a sí mismo, lo que en su opinión resulta muy difícil para un actor profesional, ya que suelen esconderse detrás de sus roles e ignoran por completo quiénes son, tal y como lo relató en una entrevista para The New York Times en febrero de 2018.
Fue el hastío el que impulsó a Eastwood para dar vida al antihéroe de un filme que hoy consideramos clásico y que habría de reinventar los filmes del Viejo Oeste. Por un puñado de dólares (1964) era apenas el segundo largometraje de ficción de Sergio Leone, un realizador reconocido como asistente de dirección especializado en el género de sandalias, el péplum, pues había participado en dicho cargo en una gran cantidad de superproducciones estadounidenses filmadas en los estudios ubicados al oriente de Roma.
Al estrenarse en Estados Unidos en enero de 1967, la película logró tal impacto que atrajo al público a las salas de cine para emocionarse verdadera y nuevamente con los duelos entre pistoleros a caballo, en viejas cantinas y con bellísimas damas que rescatar y luego enamorar, con el añadido de un espectacular color en Cinemascope. La recaudación global del filme se estima en 14 millones y medio de dólares cuando su costo original fue de apenas 200 mil. A la emergente estrella le tocó un puñado de dólares, es cierto, pero a cambio Eastwood logró su consagración como un arquetipo, como un símbolo, y todo ello ocurrió muy lejos de su natal San Francisco.
Recibió el Premio Irving G. Thalberg en reconocimiento a la trayectoria de figuras señeras de la industria, que otorga la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, hace ya un cuarto de siglo; desde entonces ha aparecido en una decena de filmes como intérprete, entregado 22 películas como realizador, producido 32 proyectos audiovisuales e, incluso, compuesto canciones y temas para 20 cintas, además de haberse encargado de la banda sonora de ocho de ellas.
jl/I