INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

100 días 

Durante este tiempo que transformó el significado de la palabra cuarentena, las personas han encontrado formas para sobrellevar el privilegiado encierro o incluso la reclusión a medias, esa de quienes sólo salen para labores esenciales, como trabajar y hacer compras, y prefieren quedarse en casa el resto de su día. 

Me ha tocado leer y escuchar todo tipo de actividades practicadas ex profeso para mantener la salud integral, la cordura del cuerpo y de la mente, la tranquilidad interior o, si se quiere ver de otra forma, para que el alma respire. 

Están quienes decidieron utilizar estos momentos de encierro para limpiar la casa a profundidad; separar la ropa que ya no se usa, escudriñar lo más profundo de las alacenas para sacar lo que ya no sirve; hurgar entre papeles, libros y cuadernos para dejar sólo aquello que de verdad es vital… y la coincidencia es que hacer esta purga los hizo sentir más livianos, el tiempo ha pasado más rápido, les permitió tener momentos para sus silencios y pensamientos, y hasta encontraron tesoros que creían perdidos. 

Otros decidieron volcarse al ejercicio y a mejorar su alimentación. Estar en casa más tiempo les permitió tener más control de sus comidas, no sólo en cantidad, sino en calidad; tener mejores horarios para alimentarse de una forma más ordenada, saber qué y cómo preparar lo que comen. A la vez, el tiempo gastado en traslados pudo convertirse en pequeñas rutinas de actividad física, algunos en solitario y otros aprovecharon para sumar a la pareja o a los hijos y convertirla en momentos de convivencia y amor. 

Hubo quienes se permitieron explorar la creatividad para la que nunca encontraban el momento perfecto. Creatividad en el arte, en la cocina, en los juegos… El ocio en el mejor sentido de la palabra. Sentarse y escribir todo aquello que tiene años revolviendo su cabeza, desempolvar los pinceles y las acuarelas que estaban arrumbados en un cajón, aprender a coser o a tejer para hacerse la falda que tanto querían, buscar la vieja cámara heredada por algún hermano mayor o alguna mamá artista y experimentar a la antigua, con rollos fotográficos; aprender a cocinar nuevos platillos y volver a prender el horno que desde hace meses sólo servía para guardar las ollas. 

Varios optaron por la contemplación. Encontraron ahora el momento idóneo para escudriñar tanto fuera como dentro de sí para hallar sus respuestas. Sanar, le dicen algunos. Crecer, refieren otros. Revolver todos los sentimientos que hacían daño para encontrar un nuevo camino en medio de un mundo caótico y convulso. Desechar, con madurez, las emociones que hacían daño y sustituirlas por aquellas que les permiten ser mejores personas. 

Hay bastantes que creen genuinamente que han desperdiciado todo este tiempo. Que no poder levantarse de la cama porque el mundo pesa horrores o porque el insomnio acechó la noche entera es una muestra ineludible de fracaso. Quienes se duelen porque no han sido productivos, como dictan las normas, las redes sociales y los manuales de superación personal, y han preferido evadir sus pensamientos llenando su cabeza con música o viendo películas y series, una tras otra. Se sienten en el fracaso porque, tras 100 días de encierro, siguen acumulando polvo en las repisas de sus casas tanto como en las de su mente. 

Se sienten agobiados al saber de todos los otros: los limpios, los sanos, los artísticos, los creativos, los estables… 

Porque nadie nos ha dicho que, en estos tiempos que no pensamos que viviríamos, no estamos obligados a compararnos con los demás; nadie nos advirtió que el tiempo podía tragarnos y hacernos sentir ínfimos e inútiles. Y nadie nos alertó que hay días en los que el único objetivo que hay en nuestras cabezas es resistir, encontrar fuerza para no lanzarnos al vacío. 

Y aquí seguimos todos, como se puede. 

Como podemos. 

Twitter: @perlavelasco 

jl/I