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Cuando se van los hijos

En Latinoamérica, y en especial en México, pareciera que disfrutamos inventarnos dramas familiares. Nuestras novelas, canciones y programas de tele lo demuestran. Entre más llanto y tragedia, mayor éxito tiene el producto. Uno de los dramas que se ha convertido en materia de estudio en la psicología es el duelo paterno cuando los hijos se van de casa. 

Contradictoriamente, los padres soñamos y luchamos desde que los hijos nacen por prepararlos para que sean responsables, independientes y libres; sin embargo, cuando pasan los años es común la resistencia a aceptar el proceso donde cada individuo debe hacer su propia vida. Incongruentemente, los padres se sienten satisfechos de haber realizado una buena crianza y pena ante la supuesta pérdida o destete de los hijos. 

Especialmente la madre extraña el pasado donde en casa había pleitos, discusiones, regaños y también carcajadas, bromas, compañía en la mesa, en los paseos donde ella tenía el sentido de servicio y atención para hacer los alimentos, curar, llevar a la escuela, comprar ropa y toda esa gran lista de actividades que socialmente corresponden primordialmente a la madre y que la hace dependiente sentimental y funcionalmente de los hijos. 

Hay madres que nunca lo superan ni quieren dejar ir a los hijos, entonces chantajean, extorsionan, manipulan con berrinche, hipocondría y otras psicosis, generando culpa y relaciones simbióticas que pueden terminar en ansiedad, depresión y dependencia. 

Lo que corresponde cuando los hijos crecen y se van independizando es asumir, hacer conciencia que la vida son ciclos y entonces cambiar rutinas centrando la atención en actividades que gustan y antes no eran prioridad tales como pintar, cantar, hacer ejercicio, procurar las amistades; sin victimizarse, sino al contrario, mostrarse agradecido con la vida y los propios hijos por cerrar una etapa maravillosa donde ambos evolucionaron, crecieron y trascendieron en sus propios proyectos de vida. 

El mejor regalo que podemos darle a los hijos es que vean a sus padres contentos, felices, en armonía con su nueva etapa de vida compartiendo la relación familiar desde el gusto, la libertad y no desde la obligación o la carga. Iniciar un trato de iguales, de adulto a adulto es un proceso bellísimo y enriquecedor donde la responsabilidad de cada vida es propia y donde los errores y fracasos serán parte de su éxito. 

La casa vacía y la tristeza son naturales, la soledad y el sufrimiento son decisiones personales que dañan a los hijos. Saberse no proveedor, soltar y esperar a que se acerquen a pedir apoyo sin estar hostigando o entrometiéndose en su vida es un deber de todo padre. 

Por otra parte, los hijos deben mostrarse agradecidos y apoyar a los padres también en ese mismo proceso de independencia, de encontrar nuevas amistades, actividades y hasta pareja si fuera el caso para que disfruten la nueva etapa de su vida. No ser una carga para los hijos es un brindis de armonía para los padres y una bendición, tranquilidad y agradecimiento para los hijos. 

jl/I