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Metáfora del quehacer terapéutico

Tal parece que lo que nos lleva a querer analizarnos e intentar iniciar un proceso psicológico es el propio cuestionamiento, el interés surge a partir de la aparición de preguntas que nos recorren y para las que no encontramos respuestas. Surge cuando se vuelve necesario un otro que nos otorgue una mirada neutral, que nos observe desde su subjetividad y nos acompañe a pensar en el proceso de darnos sentido.

Si bien, aunque asociamos que el malestar emocional pasa por la mente, el cuerpo también se vuelve un vehículo importante en el proceso, porque de alguna forma por el transita todo el acontecer de los sentimientos y las emociones. El cuerpo también forma parte del camino andado, la sintomatología y el simbolismo encuentran su lugar en él. Somos en esencia también nuestro cuerpo. Durante el camino las ropas se nos han ido impregnando de historia y la cultura ha tomado su papel. El lenguaje se nos ha vestido de entonaciones, pausas, ritmos, ideologías y creencias; la presencia de los gestos se vuelve singular, familiar, transgeneracional.

Somos también nuestras palabras. Y en definitiva hay que dejar que estas dancen libremente en el espacio físico del consultorio, que tengan lugar en la dimensión analítica, después de todo la palabra cura. De pronto, los consultantes que acuden por primera vez creen que debe haber un orden en el discurso, un protocolo o decálogo para narrar lo que les habita; de pronto los subsecuentes también lo creen, poco a poco se va perdiendo esa expectativa. En contraparte, en el consultorio me parece que se va ganando atención, libertad, intimidad, encuentro, escucha; se convierte en un lugar secreto, cuidado y privado para estar.

La escena del consultorio y lo que tiene lugar ahí es arte, ni más ni menos; nunca habrá dos sesiones iguales, pero a la vez y paradójicamente, constantemente nos encontraremos con la percepción de haber pasado ya por ese sitio, sólo que dos centímetros después o tres segundos antes. También tiene la cualidad de atemporal, durante el discurso podemos hablar del atardecer de ayer y enseguida puede dolernos la infancia completa.

Y qué decir de la poética en la consulta, suceden frases y metáforas que se quedan estampadas en el cuerpo, que resuenan incesantemente en las paredes, se esconden inevitablemente entre los sillones y la alfombra. ¡Vayamos entonces, animémonos pronto! A observar lo intangible, a sentir lo innombrable, a atravesar lo inenarrable.

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jl/I