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Un monstruo viene a vernos: el duelo

De pronto tenemos la sensación de habernos salvado, de haber avanzado en el sinuoso andar por ese bosque obscuro y ramificado que es el duelo. Si tenemos algo de suerte, llegamos a experimentar la sensación de que una aparente tranquilidad y cordura se ha apoderado de nuestros días. No hay nada más reconfortante que darnos cuenta que nuestras ausencias, aunque duelen, por alguna razón con el pasar de los días, las semanas, los meses, los años, todo lo relativo a ellas, por un instante se hace bolita y se anida en algún recoveco de nuestra mente, de nuestro cuerpo o en algún lugar hondo de la misma existencia, de esa que habitamos, o que nos habita.

Parece que nuestra psique se ha fortalecido, nos ha dado tregua. De pronto podemos darnos permiso de tomar una ligera pausa y con ella un respiro, que, aunque simula un suspiro, se parece también a la sensación de una gran bocanada de aire fresco ingresando en nuestro cuerpo; llega tan profundo que se nos desdibuja el dolor, se ventilan los miedos y se nos acomodan un poco las tristezas. Por algún segundo tenemos la percepción de que la vida y las ausencias duelen un poco menos, que nuestros seres queridos pasaron de vivir en el mundo para vivir en nosotros.

Advertimos una combinación perfecta entre neutralidad, calma y amor, con una enorme dosis de sutileza cubriéndolo todo: mágico, perfecto, necesario, anhelado. Estamos parados frente a la vida, frente a un manto difuso, dulce y perfecto. De pronto se antoja pensarlo en relación a las tonalidades de las pinturas del pintor Claude Monet, con una variedad de cálidos a fríos, aplicadas con pinceladas cortas y yuxtapuestas. Ahí estamos en el todo, en la nada, pero sobre todo en la pausa. Sobre todo, me parece que el duelo se abraza a Sigmund Freud, al surrealismo, movimiento artístico, literario y cultural que se caracteriza por explorar el inconsciente, los sueños y la irracionalidad. El duelo se parece también a la pintura La persistencia de la memoria de Salvador Dalí.

Así imagino a todos frente a las pinturas en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, observando los relojes derretidos aludiendo a una percepción individual y distorsionada de nuestros recuerdos en el tiempo, el desafío de lo atemporal en el proceso de duelo, donde todo está ahí, hecho caos, pausa, amor, arte. Nuestro mayor logro humano, ese instante de armonía tras la pérdida, listo para desequilibrarse de nuevo al menor pestañeo.

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jl/I