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Iniciativa privada y servicio público

A pesar de los no pocos empresarios chafas y cuentachiles que padecemos, soy un ferviente defensor de la iniciativa privada para empresas de muchos tipos. Como dice un anuncio propagandístico del gremio que pasan de vez en cuando por radio y televisión, la competencia empresarial ofrece al consumidor variedad de opciones y estimula la superación del empresario que en verdad lo es. En consecuencia, resultan de mi especial admiración quienes salen bien librados de la pugna y consiguen convertir sus empresas en potencias verdaderas.

Por otro lado, es cierto, me despiertan compasión y hasta un cierto rechazo quienes heredan una empresa sólida y, gracias a su abulia, en vez de superarse tarde o temprano acaba por tenerse que cerrar.

Creo que la competencia debería ser el sino de la empresa privada…

Pero lo que resulta contraproducente es el monopolio. El empresario que logra convertirse en el amo y señor de un producto o servicio suele medrar a más no poder con una bajísima calidad de lo que ofrece.

Tal es el caso cuando servicios públicos quedan en manos de individuos o colectivos privados.

Durante los años 80 del siglo pasado, desde antes de que una desgracia llamada Salinas de Gortari llegara con su flota al poder y, peor aún, cuando lo ejercieron sus consecutivos sucesores, quienes tienen memoria recordarán que empezaron a pasar paulatinamente en manos de empresarios privados empresas públicas cuyo servicio se fue deteriorando y encareciendo sobremanera.

No pretendo hacer creer que el manejo era impoluto y que no había corrupción… pero de una manera o de otra el servicio que se prestaba era razonablemente bueno y, sin duda, mucho mejor que el de ahora y el de muchos otros países.

Pondré solamente tres ejemplos, a los que pueden sumársele otros pero alargaríamos demasiado esta nota.

Teléfonos de México ofrecía un servicio mucho mejor y hasta trabajaba con números negros. De entrada era raro que pasaran más de dos o tres días antes de atender una denuncia. Hoy día pueden pasar semanas.

El Aeropuerto Internacional de Guadalajara y varios más, en especial los que pertenecen al mismo grupo aeroportuario, como es el caso de Tijuana, resultan ser una verdadera desgracia. Más bien parecen centros comerciales, pues hay, por ejemplo, más tiendas que asientos para la espera de los pasajeros. No digamos las esperas hasta de media hora para que llegue un camión dónde hacinar a los viajeros, que rara vez alcanzan el privilegio de usar un “pasillo telescópico”, independientemente de lo que pase, en caso de lluvia por ejemplo, tienen que correr mucho para mojarse poco. Eso sí, el cobro por el derecho de aeropuerto se percibe íntegro.

No hay para dónde hacerse. El aeropuerto es por definición un monopolio y debería ser entendido como un servicio público… Quizás el mismo caso es el de las compañías aéreas. Independientemente de que hace mucho que no tienen ni la más pequeña idea de lo que significa llegar a tiempo, el abuso en los precios cuando hay más demanda es, vale insistir, incompatible con el concepto de servicio que debería privar. Quiero poner el ejemplo del cobro de casi 12 mil “del águila” para ir y volver de la Ciudad de México hace poco, el fin de semana que se llevó a cabo el gran premio de México abusando de la enorme demanda que se produjo. La compañía aérea que usufructúa y avergüenza el nombre de nuestro país en su marca es un modelo de ineficiencia o de retrasos. El suscrito ha llegado a padecer más de 30 vuelos retrasados de manera continuada… Sin mencionar que sus rutas están trazadas a su conveniencia y no de acuerdo con las necesidades del país.

Finalmente, podemos recordar que la recolección de basura en la ciudad de Guadalajara pasó a ser un desastre cuando se encargó a manos privadas…

En suma, me parece claro que los servicios públicos deben ser proporcionados por el Estado…

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jl/I