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Recetas 

La comida, más bien prepararla, lo he escrito muchas ocasiones, es una muestra de amor. Disfruto hacer de comer para las personas que quiero, me gusta experimentar en lo que cocino, me gusta ir a comer y probar nuevos sabores –aunque me reconozco como poco aventurada para muchos platillos que sé que tienen ingredientes que no me gustan– y de los mejores recuerdos de mi vida, en no pocos ha habido comida presente: navidades, cumpleaños, fiestas, reuniones, despedidas… 

El otro día pensaba en que podría resumir este tiempo de aislamiento en diferentes comidas, pues precisamente de alguna forma están relacionadas con lo que he experimentado en estos ya dos meses y medio de resguardo social; están vinculadas con las emociones que me despiertan ciertas circunstancias –o la ausencia de ellas– y con la gente que me ha acompañado en este momento extraño que atraviesa la humanidad. 

Los frijolitos de la agüe, cocidos primero en olla de barro con nada más que sal, para luego freírlos en otra cazuela de barro, con manteca de cerdo y un chile serrano. Creo que nunca había extrañado tanto a mi familia, porque además sé que no estamos impedidos de vernos por una distancia física, que de alguna forma sería más sencillo de entender, sino por las determinaciones derivadas de una enfermedad con consecuencias que pocas personas vivas habían visto o vivido. 

Carne de cerdo en salsa de pitaya. Fue un platillo que improvisé con los recursos que tenía en casa, sin mucha guía más que mi experiencia en la cocina. Tenemos capacidad de adaptarnos, pero a veces nuestra resistencia es mayor. En mi caso, tengo los recursos de información para tomar decisiones y hacer lo mejor, aunque no por eso signifique que sepamos qué va a pasar. Pareciera un microexperimento: tomar decisiones a cada paso, las que nos tocan en nuestro hogar, y si tenemos suerte, si sale mal, podemos corregir, en espera de que aquello nunca antes hecho salga lo menos mal posible. 

Aguas caseras de todas las frutas, con la idea medular de que no estamos en condiciones de tirar y desperdiciar alimentos. Sandía con lavanda, manzana con avena, pepino con hierbabuena... He debido estar muy pendiente de mi salud. A veces, mi condición de población en riesgo me ha puesto al borde de la paranoia, pero a la vez soy consciente de que mi familia y yo nos hemos cuidado lo mejor que hemos podido, en medio de, reconozco, condiciones privilegiadas. 

Café recién hecho. Sea americano, capuchino, latte o expreso doble. Extraño los momentos con mis amigos. Si bien hay mensajes y videollamadas, no se comparan con un abrazo al vernos, con compartir una mesa, de mirarnos a los ojos y tocarnos, platicar durante horas, decirnos lo mucho que nos queremos y despedirnos con la promesa de que pronto nos volveremos a citar para disfrutar de una taza de café. 

Palomitas mitad naturales y mitad acarameladas. Es parte de mi ritual de ir al cine, compartir palomitas con la compañía en turno y disponerse a disfrutar la película. El ocio también se ha transformado. Sea que disfrutes de salir a pasear a las calles, de viajar a los pueblos mágicos, de ir a conciertos y espectáculos, a museos y galerías… Prácticamente todas estas opciones siguen suspendidas. Quienes pueden, han gozado de las plataformas en línea y sus ofertas culturales y artísticas, sea porque tienen tiempo, dinero o condiciones para hacerlo. Pero todo desde casa. Las palomitas del cine todavía deben esperar un rato. 

Pizza al gusto y antojo. Masa delgada y crujiente, o esponjosa y suave. Con mis compañeros de trabajo existió, hasta antes de la pandemia, el ritual de ir un día a la semana, después de las labores, a comer y tomar algo. Ahora, en tono de broma, decimos que deberíamos ir, como antes. Sabemos, en realidad, que eso no será posible en un rato. Las bromas y el relajamiento semanal, en compañía de comida y bebida de la preferencia del día, me parecen un recuerdo lejano de años atrás. 

Habremos de volver a despertar esos sabores. 

Algún día. 

Twitter: @perlavelasco

jl/I