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A aplastarlo
Y el sarampión avanza
Por allá en julio de 2003, el Subcomandante Insurgente Marcos, ahora llamado Galeano, contó la historia del sostenedor del cielo y en ella decía que:
“Según nuestros más anteriores, al cielo hay que sostenerlo para que no se caiga. O sea que el cielo no mero está firme, sino que cada tanto se pone débil y como que se desmaya y se deja caer así nomás como se caen las hojas de los árboles, y entonces puras calamidades que pasan porque llega el mal a la milpa y la lluvia lo rompe todo y el sol castiga al suelo y es la guerra quien manda y es la mentira quien vence y es la muerte quien camina y es el dolor quien piensa”.
No sé ustedes, pero yo siento que nos encontramos justo en medio de una situación como esa donde parece que el cielo se está cayendo, aunque no es así nomás, sino que, si queremos, podemos entender las razones de esta caída metafórica del cielo. Es decir, no es que el cielo se esté cayendo solito, sino que hay quienes están haciendo lo necesario para que se desmaye y caiga.
Durante los primeros dos meses de este año las palabras que seguimos, escuchamos y pronunciamos con frecuencia siguen siendo: está estresado, deprimido, se contagió, está enfermo, tiene cáncer, lo van a operar, está hospitalizado, está en terapia intensiva, se necesitan donadores de sangre, falleció. Fue contaminado, se incendió, fue devastado, se inundó, explotó. Además, claro de: fue desaparecido, encontraron cuerpos y restos óseos, fosas clandestinas, centro de exterminio. Y ahora, después de San José de Gracia: fueron fusilados. Si el historiador Luis González y González viviera constataría que no sólo San José de Gracia, sino todo el país está en vilo.
Hace tiempo que sabemos del poder de las palabras, de las voces, los pensamientos y las emociones. Así como son capaces de no dejarnos dormir, de mantenernos en el desasosiego y de ponernos en situaciones críticas, conocemos también de su capacidad para mantenernos vivos, festivos, con energías y hacernos soñar, es decir, luchar.
Por tanto, no es una casualidad, que por ese poder negativo el vocabulario de la muerte y la destrucción haya invadido buena parte nuestro lenguaje e inundado nuestras charlas familiares, de amigos y compañeros de trabajo. Es decir, desde el punto de vista de quienes promueven la guerra y la destrucción, este vocabulario debe ampliarse para seguir reduciendo el vocabulario de la vida. El que sirve para sustentar la resistencia y para la construcción de proyectos alternativos de vida.
Con esas palabra nocivas, tóxicas, angustiantes nos encontramos a diario y a todas horas. Nos las repiten día con día tanto los medios como los gobernantes. De los gobernantes es imposible pensar que utilicen prédicas diferentes. Los discursos de sus políticas públicas y formas de gobernar están plagados de esas palabras y los significados que les atribuyen. Imbuidos en sus luchas por el poder, siempre que dicen haber instalado mesas de paz en realidad piensan en cuarto de guerra. Todo en ellos es estrategia y táctica para mantener y reproducir el sistema.
A los medios sí se les pudiera pedir, quizá exigir, la utilización de otro lenguaje que no sea el de la guerra, pero dando cuenta de ella. Los medios no deberían ser cajas de resonancia de este vocabulario, sino críticos de él e impulsores de esos otros lenguajes que, a contrapelo, en medio del desastre, pugnan no sólo por sobrevivir, sino que, por el momento a través de pequeñas acciones destituyentes que expresan en las calles y las plazas, en los territorios donde habitan hacen ejercicios de prefiguración de otras formas de vida. Son los sostenedores del cielo, pues.
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jl/I