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Los chairos tienen líder; los fifís tienen ganas

Las marchas del domingo pasado en la capital y en más de 20 ciudades del país nos dejaron ver dos cosas. Primero, que la polarización política que vivimos sigue beneficiando al presidente, tal como lo demuestran las encuestas de El Economista y El Universal que aparecieron hace un par de días y, segundo, la enorme distancia que existe entre la ciudadanía opositora al proyecto político que representa Andrés Manuel López Obrador y los partidos y “liderazgos” de la oposición institucionalizada.

Más allá de las razones que llevaron a las decenas de miles de personas a salir a las calles –no todos creemos que el plan B de la reforma impulsada por Morena implica el caos o el principio del fin de nuestra democracia–, lo relevante de la jornada fue constatar la orfandad política en la que viven millones de ciudadanos en México que siguen en la búsqueda de un AMLO opositor. Hoy, quizá como nunca en la historia reciente de México, un amplio segmento del electorado está a la deriva, teniendo muy claro lo que no quiere, pero sin una alternativa electoral que represente lo que sí quiere.

Si bien la defensa del INE ha sido el pretexto perfecto para conjurar a casi todas las expresiones antimorenistas del país, armar un frente competitivo de cara a 2024 es una empresa de otra magnitud. El ánimo opositor, hasta ahora, solo ha alcanzado visibilidad en la defensa del organismo electoral, el problema radica en dar el siguiente paso y presentar un proyecto alternativo de nación que le llene el ojo a esas personas que abarrotaron el Zócalo de la Ciudad de México, la Plaza Liberación en Guadalajara y las avenidas de un buen número de capitales. Esa misión se ha vuelto el talón de Aquiles y una misión casi imposible para la oposición partidista.

Frente a la espontaneidad y autenticidad que acompañó a los manifestantes a manera de consignas y reclamos contra el presidente y el gobierno federal, contrasta la evidente impostura y el pragmatismo burdo de personajes como Alito Moreno, Claudia Ruiz Massieu, Marko Cortés, Santiago Creel, Claudio X. González, ¡Elba Esther Gordillo!, ¡Rosario Robles!, José Narro, Jesús Zambrano, entre otras y otros.

Por eso las encuestas del pasado martes acabaron con el frenesí del domingo. El Universal y El Economista llevaron el gozo al pozo: la aprobación de AMLO no solo se mantuvo, sino que se incrementó en las más recientes semanas. El presidente sigue cómodo porque conoce bien los resortes y engranes de la maquinaria que sacan a la ciudadanía de sus casas para llenar calles, plazas y urnas: la incomodidad, el hastío, la marginación, la frustración y una utopía capaz de exponer sus sentimientos y emociones.

La movilización del domingo pasado tiene mucho de plausible y democrática, pero no representa un proyecto y un discurso que ponga en riesgo a la 4T, porque en el fondo tampoco representa la visión de país que los manifestantes están exigiendo. La gente que vimos desfilar hace cuatro días y a menos de dos años del próximo proceso electoral seguirá saliendo de sus casas a manifestar su odio y desacuerdos con la 4T, pero aún están muy lejos de encontrar la fórmula para sacar a Morena de Palacio Nacional por la vía de los votos.

Nos queda claro que el presidente de la República tiene legitimidad, se percibe en el discurso y en las emociones de sus seguidores; mientras que en la oposición sólo tienen ganas, muchas ganas, y se necesita más que eso para sacudir un proyecto político como la 4T, sobre todo viniendo a la arena política desde la fragmentación que implica una alianza de partidos que no tiene respaldo popular ni congruencia discursiva.

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