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Discriminación inversa

En estos días, la discusión en redes parece girar en torno de la discriminación y el racismo, e incluso ha aparecido un nuevo término: la discriminación inversa; sin embargo, uno podría preguntarse si es que este término es correcto y en qué casos se pudiera aplicar. Por mi parte, creo que el concepto implica una contradicción, aunque ésta no es aparente.

Lo primero que hay que explicar es que no toda discriminación implica un acto de racismo o de clasismo; incluso, podríamos decir que hay actos de discriminación que son deseables; por ejemplo, una película para adultos discrimina en cuanto a la audiencia a la que va dirigida. Lo segundo que es importante señalar es que los actos de discriminación implican un acto desde el poder, y es esto lo que hace contradictorio hablar de la discriminación inversa: quienes no detentan el poder, no tienen los medios para atacar, de manera sistemática y culturalmente aceptada, a quien forma parte de los grupos privilegiados: su discriminación no tiene efectos culturales profundos justamente porque no tienen poder. Cabe aclarar que el pertenecer a una minoría no implica ser discriminado; en Sudáfrica, la minoría blanca tenía el poder y discriminaba en contra de la mayoría negra. Lo que es relevante es saber quién detenta el poder, no sólo político, sino simbólico, de manera que sea capaz de generar un discurso que normalice sus privilegios y la marginación de los otros.

No puede existir la discriminación inversa porque, aun cuando haya personas que denuesten a otras con términos como “fifí”, éstas carecen de los mecanismos culturales para transformar nuestra visión de las cosas. En los medios, seguiremos siendo testigos de una sobre representación de ciertos grupos en perjuicio de una inclusión más amplia; y cuando se quiere cambiar este esquema de representación, inmediatamente surge la reacción en contra; si alguien incluye personajes que no se conforman a la norma, habrá quien diga que detrás está la “ideología de género” (lo que sea que eso signifique) y un ataque a la familia. Si uno se fija en los medios, los buenos son fundamentalmente hombres blancos, heterosexuales, y cristianos; los malos son todos los demás.

Actualmente presenciamos una especie de guerra cultural. Ciertos grupos sociales, identificables con los grupos de privilegio histórico, han denunciado “un ataque en contra de ellos y de sus valores”. Vemos esto en el resurgimiento de movimientos de extrema derecha que piensan que hay una conjura internacional para acabar con ellos por el hecho de ser blancos, heterosexuales y/o cristianos. Por ejemplo, las iniciativas de inclusión de minorías (la llamada acción afirmativa) que son una forma de discriminación en la que se favorece el acceso a centros de educación o laborales a personas tradicionalmente marginadas, se denuncian como una injusticia que va en contra de la meritocracia (¡hay que contratar al mejor!), pero convenientemente se ignora la larga estela de injusticias que hacen que las personas no compitan en igualdad de circunstancias. Eso es lo problemático del privilegio: se asume que todos tenemos las mismas oportunidades y que el privilegio es algo que se merece uno, aunque sea generalmente producto de un accidente: la familia en la que nacemos.

Estoy de acuerdo que insultar no es correcto, pero los términos usados por uno y otro bando no poseen el mismo peso. La diferencia es que algo lo vemos como malo y lo otro, aún usado como insulto, es algo deseable, porque lo hemos asumido de esa manera. ¿Cuántos chistes racistas conoce? ¿Cuántos son sobre hombres blancos heterosexuales?

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da/i