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AMLO, el inclasificable

Habría que empezar aceptando que es un personaje difícil de clasificar. No solamente en lo relativo a su ubicación en los estrictos límites de la geometría política, sino también en las categorías en que podría enmarcarse la dimensión social de su activismo. Confieso que lo anterior no es producto de la curiosidad intelectual, sino que es una cuestión que me ha venido acompañando, al menos, desde los años 90 del siglo pasado, cuando tras su derrota electoral, a la que calificó de fraude, López Obrador, a la cabeza de la Caravana por la Democracia, marchó de su natal Tabasco hasta el Zócalo de la capital. 

Tal vez la experiencia de ese segundo revés electoral, puesto que había sufrido el mismo resultado en 1988, cuando fue candidato del Frente Democrático Nacional, aquella coalición que marcaría la quiebra del partido oficial y que solamente pudo mantenerse en el poder mediante un gigantesco fraude electoral, fue el punto de partida que lo llevó a convertirse en el personaje que es hoy, en la figura pública con mayor popularidad y poder en todos los ámbitos del país. 

Difícil definirlo dentro de los parámetros de la geometría política (izquierda-centro-derecha). De acuerdo con el tema, su posición puede variar de una izquierda moderada, sobre todo en temas sociales, a una postura que colinda con la derecha recalcitrante, como son los temas de género y morales. Por otra parte, su actitud polarizante no comulga con lo que caracterizaría a una posición de centro. Estas variaciones lo perfilan como un camaleón que ha encontrado en el pragmatismo político la fórmula para sacar adelante sus proyectos. Un maquiavelismo en versión parroquial. 

Si resulta difícil ubicarlo en la geometría política, más difícil resulta identificar su adscripción a alguna de sus corrientes ideológicas. A la solicitud en mi muro del Facebook para que identificaran su orientación política, las respuestas se caracterizaron por su diversidad. Hubo quienes, desde la acera de la derecha, lo calificaron de populista, socialista y comunista. Desde la acera de la izquierda lo definieron como demócrata, nacionalista, socialdemócrata, progresista. Hubo una proporción que no se ajustó a la lista propuesta y utilizó conceptos como idealista, patriota y, particularmente, humanista. En contraste, hubo quienes lo llamaron mitómano, demagogo, priista y también mesías. Sin embargo, en el grupo más amplio el concepto que apareció de manera más frecuente fue el de populista. Concepto utilizado en su doble vertiente, como amenaza, en los menos, o como forma de ejercicio de la política, en los más. 

La muestra, aunque pequeña y con el sesgo inevitable de mi muro, ratifica la afirmación de la condición incalificable de AMLO. Aunque aprovecha cualquier oportunidad en las conferencias mañaneras para autodefinirse como liberal y humanista, me extrañó que nadie lo calificara de liberal, en contraste con lo de humanista, que en términos estrictos no es una adscripción política. Pragmático como es, utiliza las adscripciones de acuerdo con su conveniencia.  

También resulta difícil encontrar el calificativo adecuado para su activismo social. Algunos lo han calificado de mesiánico, por su discurso profético orientado hacia la regeneración social. Movimiento Regeneración Nacional es el nombre de su partido. Para otros es un líder de masas, un conductor de multitudes, a la manera de los descritos por Gustave Le Bon. Con un fuerte carisma y un discurso persuasivo que se traduce en miles de seguidores. Finalmente, personajes situados en las antípodas, como el marxista Enrique Semo y el neoliberal Vargas Llosa, coinciden en calificarlo de caudillo. 

El problema del camaleón es que en su principal cualidad radica el mayor de sus defectos: se mantiene en el mundo de las apariencias. 

Twitter: @fracegon

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