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Después del triunfo, la reconstrucción en EU

306 contra 232 resultan los votos obtenidos por el demócrata Joe Biden contra el candidato republicano-presidente Donald Trump. De acuerdo con el modelo norteamericano de organización de Colegio Electoral y, de manera secundaria pero definitiva, del voto popular, el Partido Demócrata logró una clara victoria sobre los republicanos con una diferencia de 74 votos electorales a favor de Biden y, adicionalmente, alrededor de 5 millones de votos populares en su favor. 

Como pocas veces en el vecino país, la elección se polarizó de forma inusitada. Ciertamente, la división de opiniones y de algunas posturas en políticas públicas, causaron diferencias importantes de opinión entre los actores políticos, pero también la ciudadanía se veía envuelta en ese esquema dicotómico, lo que se trasladó, inusualmente, al proceso electoral. 

El errático manejo de las políticas públicas de salubridad y la descontrolada dirección de la economía, así como también la utilización política de la pandemia del Covid-19, mostraron una administración caprichosa que pretendía, como en las autocracias, establecer el mando único en un solo hombre. Sin embargo, a pesar de que esa fuese la intención emocional, el proceso se encontró con una estructura institucional en la que, precisamente, las instituciones emergieron como las estructuras que son, es decir, esquemas de operación que sintetizan procedimientos para asegurar un funcionamiento regular que ofrezca certidumbre a la ciudadanía en cualquier tipo de escenario. 

El manejo propagandístico e ideológico que se intentó desarrollar desde la Presidencia, tuvo importantes respuestas que incidieron en la estabilización institucional, en la medida que mantuvieron con la fortaleza los fines para las que se crearon. De entrada, el proceso electoral, que fue poderosamente cuestionado por Trump cuando comenzó a tener la evidencia empírica de su bajo nivel respecto de Joe Biden. La pugna de Trump, que no se ha sustentado en ningún elemento material, ha sido que se generó fraude en la pasada elección. La insistencia del tema del fraude ha chocado con la firmeza de la organización electoral, así como de su operación en general y del cómputo de los votos. El resultado de la elección arroja como conclusión un proceso que ha solventado las críticas, presentando un esquema de transparencia que constituye uno de los principios reguladores de la democracia en Estados Unidos, donde se ha resaltado su principal valor, el ciudadano, que para ejercer sus derechos, cuenta con su voto y los votos son parte esencial del valor de la democracia. 

El proceso de transición, que ya está en camino, ha contado con sorpresivas pero esperadas reacciones de irracionalidad del presidente que debe comenzar a migrar con el traspaso paulatino, de información importante para el presidente electo, y procesar, de esa forma, la continuidad de la gestión de la administración del país. No se trata solamente de estados financieros sino de los equilibrios internacionales de los que, desde el término de la Segunda Guerra Mundial, hace que Estados Unidos constituya un referente internacional estratégico y cuyas decisiones, no deben verse afectadas por disputas internas electorales. 

En estas semanas estaremos evidenciando más que una forma de gobierno, un estilo personal que levantó, con cierta sorpresa, un espíritu poblacional segregacionista, clasista y racista que se suponían en fase de desaparición. Con un ánimo social alterado, los demócratas deben emprender un trabajo de reconstrucción de los puentes de negociación y modulación del fino tejido del ánimo ciudadano. Tienen la seguridad y la evidencia del triunfo electoral, pero la parte que sigue es la rearticulación de un estado de tranquilidad y diálogo que se requiere para el importante reto planetario: la salud y la economía. 

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jl/I