INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

El gobernante que tenemos

Tenemos un gobernante que lucha consigo mismo cada día. Que tiene claro el fondo, pero las formas se le escapan. Que escucha el canto de la sirena de los que lo adulan y le dicen lo bueno que es, pero que cuando alguien se escapa de ese discurso afirmativo, se perturba. 

Vivimos un gobernante que toma decisiones en dos planos: con un rígido plan establecido desde el pasado inmediato y que gusta de gustarse. Con aspiración estadista, también cae en la terquedad cuando una idea se le mete a la cabeza. El otro plano, mucho más emocional e inmediato, que dinamita a la crítica y a las lenguas viperinas que bifurcan otras realidades, que señalan errores o no comparten el “plan”. 

Sufrimos a un gobernante que agrupa y caricaturiza a la oposición. Son los enemigos de su territorio imaginario. Lejos de asumirlos como sus contrarios, le gusta decir que son enemigos de todos y de todo: del cambio, de lo ideal, de lo justo y de lo correcto. Supongo que sabe que ese viejo truco fue inventado desde que la humanidad se reunió en comunidades y nació el poder. Con todo, sobreexplota el recurso. 

El gobernante que tenemos disfruta del dinero, pero más del poder. Nada rivaliza más que las imágenes que logra con sus héroes deportivos o intelectuales, aunque no los entienda. Se suma a cuanto logro internacional tenga este o aquel titán para dispensarle loas y decir que es hijo de la perseverancia. Claro, como él. 

Pero también gusta de presumir sus grandes proyectos, faraónicos dirían otros. Se jacta de sus proyectos y a su manera porque al final es igual que siempre: lo hace a través de sus favoritos, con la entidad o empresario que le ofrezca mayores rendimientos. Cerca de dios, pero más cerca del diablo. 

Tenemos un gobernante que tiene a sus defensores: aferrados, fanáticos, intolerantes. Ese pequeño ejército de opinadores o robots que nos muestran la increíble “suerte” que tenemos de que él nos gobierne. Aquel opinador que hace toda clase de giros discursivos para justificar lo aberrante, lo absurdo. Pero también gusta de impulsar a alfiles jóvenes en redes sociales para denostar, criticar o simplemente, atacar a todo aquel que pretenda moverse unos cuantos grados del pensamiento del amado líder. Repudia a la prensa y ama lo digital, aunque no lo comprenda. 

Vivimos un gobernante que antepone su popularidad a casi todo. A los números, a los hechos, a la evidencia científica. Aquel que se emociona con seis sobre 10 cuando hablamos de su aceptación porque en sus fueros internos sabe que no merece tanto. Que le gusta mucho, casi como una obsesión, que le aplaudan su personalísimo estilo de gobernar. Inclusive ruega más por su popularidad que por su legado. 

Sufrimos un gobernante que se supone humilde pero que va de sobrado cuando recuerda su propia versión de la Historia. Con la soberbia de elegir el bando que más lo represente del pasado y torcer citas y frases de sus ídolos. 

Un gobernante que repudia la corrupción como mantra… pero, entre el acoso de sus consiliarios y sus propias convicciones, es un burdo práctico que antepone el fin a los medios. Que culpa a los otros de sus propios temores. Que desliza la responsabilidad de los hechos fruncidos a quienes lo señalan. El mismo que no sabe reconocer errores y por ello, se encuentra encadenado a la falsa comodidad del poder sin mácula. 

Ese mismo que vive entre todos los ismos sin congruencia. Sus valores son de derecha reaccionaria, sus palabras las divide entre la moderación y el acelere convulso de la izquierda. Como viejo patriarca, se le olvidan las minorías a la hora de defender sus fueros. 

¿Quién es el gobernante del que estamos hablando? Si lo sabes, responde justo aquí: _________. ¡Exacto! 

Twitter: @cabanillas75

jl/I