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El correcaminos y el coyote: la historia del sexenio

El 2024 está dramáticamente cerca y Andrés Manuel López Obrador sigue siendo el eje temático de casi todas las conversaciones públicas y privadas sobre política en nuestro país. Santo y demonio, después de cuatro años de gobernar, AMLO transita su sexenio con una popularidad que ronda 62 por ciento y una historia intacta que machaca todos los días y, lo más importante, que le sigue haciendo sentido a millones de mexicanas y mexicanos.

En un mundo y un país cada vez más escéptico de las instituciones, las organizaciones y las “verdades” promovidas desde la oficialidad y lo gubernamental, el mérito de López Obrador es enorme. Ha hecho prevalecer su versión de la realidad y tal parece que le va a alcanzar para seguir contándola de aquí a la elección del próximo año que, al parecer, se definirá más que nunca por los sentimientos y las emociones.

López Obrador es una máquina de propaganda, sin duda. Pero no sólo es eso. El presidente es un líder que carga con realidades, más allá de discursos. Como marca, AMLO es más que Morena y esto le da para sostener a gobernadores de su partido; a funcionarios federales, buenos y malos; a políticos de la oposición, prejuicios históricos, veneración irracional, odio inédito, señalamientos infundados, acusaciones sustentadas y, sobre todo, el monopolio de la conversación nacional. En este país todo se trata de AMLO y él ha sabido qué hacer con eso.

En algunas pláticas entre amigos solemos afirmar que el inquilino de Palacio Nacional debe pagarle a algunos de sus opositores más fervientes como Javier Lozano, Gilberto Lozano, Vicente Fox, Pedro Ferriz de Con y Kenia López Rabadán, por citar a los más estridentes, porque sus embates y dislates siempre se dirigen al presidente y su “catastrófica” gestión.

AMLO sí estará en la boleta y, contrario a lo que ha sucedido en casi todos los sexenios, es muy probable que no se debilite ante la cercanía de la elección y el ascenso mediático de su propio candidato o candidata. Incluso parece que la intención de adelantar la sucesión responde al impulso de controlar todo el proceso y tener mayor capacidad de transferir sus positivos, ya sea a Claudia Sheinbaum o a Marcelo Ebrard, los únicos dos candidatos posibles.

La historia de López Obrador como presidente no ha dado lugar a grandes sorpresas. Los sentimientos en torno a él ya están volcados en la arena pública y son expuestos sin rubor todos los días. No surgirá una embestida emocional contra él y su gobierno, como sí sucedió con Peña Nieto después de los 43 o con Ernesto Zedillo después de la devaluación.

Por otra parte, es muy previsible que AMLO haga campaña abierta, que fustigue a las y los candidatos de la oposición y enliste, desde la mañanera, las virtudes, capacidades y valores de Claudia y Marcelo, como lo ha hecho durante cuatro años. Ellos cuidarán al presidente y su valiosa popularidad hasta el 2 de junio de 2024.

AMLO ha tenido cuatro años para calar a los dueños de los medios de comunicación, a los empresarios, a los líderes sociales y a la oposición completa, ya sabe dónde y a quienes apretar para que los resultados electorales se le den, así ha ganado 20 gubernaturas desde que llegó a Palacio Nacional y, según parece, ganará dos más este año, incluido el Estado de México.

Y no, no es Morena, ni son los gobernadores. Este sexenio se ha tratado de AMLO y sus enemigos, esa masa borrosa y furibunda que, como el coyote de las caricaturas, dedica las 24 horas de sus días a idear la forma de partirle la madre al presidente, un correcaminos muy hábil y con suerte; sin dejarle unos minutos a la construcción de un proyecto alternativo de nación. De niño nunca entendí porque el coyote no encargaba comida en lugar de comprar armas y trampas carísimas; después supe que existían las obsesiones y este sexenio nos ha demostrado que en política pueden ser muy peligrosas.

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jl/I