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Disentir para apoyar

Lo que resiste apoya, dice un refrán popular cuyo sentido es que no todo desacuerdo con una propuesta es un intento de destruirla, sino que, en muchas ocasiones, el desacuerdo permite que la propuesta se fortalezca, que supere sus puntos débiles y prospere. Por el contrario, una buena manera de sabotear un proyecto puede ser abstenerse de señalar sus posibles fallas.

Entiendo que quienes apoyan a nuestro presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, estén hartos de escuchar críticas y señalamientos en contra de sus propuestas, en especial porque muchas vienen de las mismas personas que por mera antipatía se resistieron a analizar seriamente sus propuestas, y hasta trataron de tergiversar lo que las encuestas decían: que era inminente el triunfo de López Obrador y que esos mismos detractores no disimulan su deseo de que fracase su administración, incluso antes de que inicie formalmente.

Sin embargo, más allá de preferencias personales, quienes nos dedicamos a analizar los asuntos públicos tenemos el deber y la obligación de decirle la verdad al poderoso con el fin de ayudarle a tomar las decisiones más pertinentes para el logro de sus objetivos. Es una posición muy difícil, pues por un lado a ninguna persona le agrada que le señalen errores en sus planes y, por el otro, sobran las personas que desean decirle al poderoso lo que quiere escuchar.

Así que es claro que lo más sencillo para un analista sería abstenerse de opinar o hablar de asuntos menos relevantes, pero en esta ocasión hay demasiado en juego. El resultado de la pasada elección fue muy claro: una gran parte de la población quiere un cambio y lo quiere ya, porque está desesperada y harta de soportar tantos problemas derivados de la corrupción, y de decisiones que sólo benefician a las mismas pocas personas, pese a que nos han venido diciendo que vamos por el camino correcto, y que sólo hace falta que crezca más el pastel para empezar a repartirlo, aunque nunca nos han dicho cuándo será suficientemente grande y cómo se repartirá. Y hay quien ya empezó a disfrutarlo.

Con todo ese preámbulo quiero referirme al hecho de que estoy de acuerdo con que se consulte a la ciudadanía, pues considero que, si se cuenta con una metodología adecuada, puede tomar buenas decisiones en asuntos complejos, como lo explicó James Fishkin, catedrático de la Universidad de Stanford y experto en democracia deliberativa, en un ensayo que publicó el Wall Street Journal el 3 de agosto. Y eso incluye asuntos como el de la ubicación del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, por ejemplo.

Ahora bien, como Fishkin lo señala, lo importante es el método. El fin no justifica los medios y aunque se tenga una muy buena intención, una mala ejecución puede provocar graves daños, aunque no se perciben de inmediato. En ese sentido, las consultas que lleven a cabo nuestros gobernantes deberían servir para fortalecer e institucionalizar nuestra democracia.

Al respecto me gustaría proponer unas preguntas, aplicables a cualquier consulta pública, a partir de un artículo de los investigadores Michels y De Graaf, quienes en 2010 elaboraron un marco analítico para determinar si un ejercicio de participación ciudadana contribuye a enriquecer la democracia, a partir de cuatro características:

¿Favorece la inclusión, a través de la apertura y la diversidad de opiniones? ¿Propicia el desarrollo de habilidades cívicas, como debatir asuntos públicos o dirigir reuniones, y de virtudes también cívicas, como el compromiso público y la responsabilidad, el asumirse como ciudadano, participar activamente en la vida pública y ser recíproco? ¿Fomenta la deliberación, consistente en el intercambio de argumentos y la modificación de preferencias? Y, por último, ¿goza la consulta de amplia legitimidad, entendida como respaldo al proceso y sus resultados?

¿Abonará la consulta sobre el aeropuerto a la democracia?

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@albayardo

JJ/I