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Leer o no leer

La estrategia de polarización de la opinión pública, que claramente ha impulsado el titular del Poder Ejecutivo federal, ha rendido sus frutos, y no deja espacio para la discusión seria de los asuntos que más requieren de nuestra atención. Además, tampoco nos permite evaluar con datos y otro tipo de evidencias los resultados de lo que ha hecho, para definir qué proyectos deben seguir y cuáles no.

Le pongo un ejemplo. Si revisamos las opiniones sobre las iniciativas de reformas constitucionales y legales que presentó el titular del Ejecutivo el 5 de febrero, notaremos claramente que hay quienes las rechazan de plano, y consideran que no vale la pena tomarlas en serio, y habrá quienes las defienden como si fueran la solución a todo lo que nos aqueja. Y en ambos casos el argumento para aceptarlas o rechazarlas es el mismo: las presentó él. Y es probable que, en muchas ocasiones, ni quienes critican ni quienes defienden hayan leído y comprendido las implicaciones de lo propuesto.

Como estrategia para conservar el poder, la polarización funciona muy bien, por varias cuestiones. La primera y más obvia es que hace que los adeptos renuncien a la posibilidad de cuestionar algo de lo que decide el mandatario, al grado de que pueden llegar al punto de declinar leer lo que propone, porque confían ciegamente en su liderazgo, y están convencidos de que el líder los ama y quiere lo mejor para cada uno, así que solo se dejan llevar. Otros adeptos, con un sentido más crítico, pueden optar por no leer porque en el fondo albergan dudas sobre la conveniencia de la propuesta, y prefieren no tener elementos para seguir dudando.

La segunda, y tal vez menos obvia, es que quienes son detractores simplemente rechazan cualquier posibilidad de que el líder tenga algo de razón, y prefieren no considerarlo siquiera, porque si se dan cuenta de que tenían un error de apreciación, pudiera ser que se hayan equivocado en otras cuestiones, y tal vez podrían estar de acuerdo con una persona a la que desprecian, y eso les llevaría a cuestionarse sobre los motivos reales de su desprecio, lo que pudiera llevarles a descubrir algo de sí mismos que no les agrade. Así que optan por ni siquiera leer la propuesta, pero esto implica que no puedan sostener con argumentos su oposición a la propuesta, por lo que es fácil desestimar su postura.

Finalmente, una tercera cuestión por la que la polarización contribuye a conservar poder es porque impide que las personas se acerquen entre sí para discutir lo que el mandatario propuso, y determinen juntas si tiene viabilidad, si es pertinente, si es necesario hacer ajustes al procedimiento, etcétera. Es decir, si las personas analizan las propuestas, las discuten y determinan un plan de acción, a favor, en contra, parcialmente a favor o parcialmente en contra, el mandatario pierde la posibilidad de imponer su punto de vista, y aunque conserve el protagonismo, estará acotado, especialmente porque se verá obligado a dar cuenta de sus criterios, de los datos que utilizó, y otras situaciones que pueden dejar en evidencia que no tiene claro qué quiere lograr, cómo y para qué.

Lo anterior no es algo que asuste a un líder con convicciones democráticas, que precisamente alentaría la discusión pública, para crear consensos en torno a un diagnóstico compartido, pero para un autócrata lo peor que puede ocurrir es que la gente elabore diagnósticos y proponga rutas de solución al margen de su opinión, porque considera que él y solo él tiene la razón.

Yo prefiero la democracia, así que le invito a que leamos, discutamos y acordemos un plan de acción.

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