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Con ellas

Cuando nos cuestionamos quiénes somos, adónde vamos o de dónde venimos es casi inevitable que en algún momento lleguemos a reflexionar sobre aquellas circunstancias o personas que nos hacen ser lo que ahora somos o lo que fuimos en cierto punto de nuestra existencia.

Y si bien la persona que somos se conforma gracias a un montón de experiencias, de ausencias, de circunstancias particulares, del medio ambiente, del ámbito social, siempre, estoy segura, tenemos claro que hay algunos momentos de quiebre que nos marcan para el resto de nuestras vidas.

Partiendo de esta idea muy general y nada nueva, y con el pretexto del 8 de marzo (aunque un par de días pasados por agua), me dispongo a hacer un recuento de esas mujeres que me han hecho, a su vez, ser la mujer que ahora escribe.

Primero, mi manada de elefantas. Son esas mujeres que me cuidaron de pequeña, que abrazaron mi niñez y mi adolescencia, y que aun en mi adultez son mi sostén, el núcleo al que puedo recurrir cuando todo alrededor se desmorona.

Y es que las elefantas viven en una estructura social altamente organizada en la que las hembras colaboran en la crianza y la protección de los jóvenes. Viven en grupos encabezados por la elefanta más vieja y experimentada.

Las hembras se encargan de la mayoría de las tareas de cuidado de los menores, como protegerlos de depredadores, enseñarles a buscar comida y agua. También son acunados por las tías, las hermanas mayores, las primas.

Esta crianza en comunidad es fundamental para la supervivencia de los jóvenes elefantes, ya que les permite aprender habilidades y comportamientos esenciales para salir adelante.

Segundo, mis amigas: las que fueron y ya no son; las que son y siguen siendo; y las que no eran y ahora son.

A las primeras les regalo todo mi aprecio, porque aunque nuestra amistad ya no haya seguido, fueron esenciales en momentos de mi vida en los que las necesité. A veces pienso que no me porté a la altura, que no fui suficiente para ellas, que pude ser mejor y sólo entonces seguiría nuestro vínculo, pero tengo cierto que a ninguna jamás le hice algo para lastimarla de manera intencional. Siempre las querré, antes y ahora, por las huellas indelebles que con tanto amor dejaron en mí.

A las segundas las abrazo como sólo la gratitud sincera nos hace abrazar a alguien: fuerte, sin prisa, con cuidado. Pese a los largos años y con altibajos, seguimos juntas, pendientes, con una sincera preocupación mutua, aunque pasen meses sin vernos en persona. De ellas sigo aprendiendo tanto como me lo permiten. En ellas veo a mujeres que han madurado, que han crecido, que han cambiado de piel en más de una ocasión con la firme convicción de que ello les permitirá renacer, sobrevivir. Y tal vez es porque quiero creer que, si ellas siguen a mi lado, es porque soy un poco como ellas.

A las terceras les doy las gracias por abrirme las puertas a una nueva forma de relacionarnos. Por su confianza y por permitirme ser parte incipiente en sus vidas, con las ganas de escribir historias nuevas para ellas y para mí, juntas.

Tercero, mis colegas, mis maestras, mis compañeras. Mujeres brillantes de quienes intento aprender todos los días en alguna medida, a quienes respeto porque, de cierta manera, hemos compartido resistencias, ánimos, fortalezas, debilidades, enseñanzas y caminos. Algunas los anduvieron antes, otras van a mi lado, aquellas apenas comienzan a tomarlo. Espero no fallar cuando sea necesario agarrar su mano para continuar.

Y a las niñas y adolescentes de mi vida, a quienes quiero ver crecer. A ellas, con la idea de que eso que ahora peleamos, que anhelamos, les facilite la vida; que nuestras luchas les permitan tener un mundo más justo, más equitativo, más seguro, más de ellas.

A todas.

Twitter: @perlavelasco

jl/I