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Enrique Alfaro, construcción de un maximato (1)

La exhibición de poder sin contrapesos, es decir, hacer su voluntad sin que nadie lo cuestione, vino de forma nítida de los caprichos que se dio el lujo de cumplir con dinero de los contribuyentes, para publicitarse a costa del famoso boxeador El Canelo. Meterle 10 millones de pesos del erario para llevar a al menos 8 mil personas al Estadio Akron (y que se lo agradezcan por siempre); imponer la ceremonia de pesaje nada menos que en el Teatro; tomarse fotos portando guantes de box junto con el famoso deportista (se le toma como confesión de parte); usar sus redes sociales para informar de cada incidencia como si fuera reportero de deportes. Esa frivolidad tan ad hoc a los dictadores de países bananeros retrata a Enrique Alfaro Ramírez, gobernador de Jalisco, de cuerpo entero. Si el poder no es para hacer las cosas que quieres… entonces es un árbol que da moras, diría don Gonzalo N. Santos.

Leo que le festejan a Alfaro su control completo de la sucesión en el partido Movimiento Ciudadano (MC) y que en general, pese a estar en la etapa final como gobernador, conserva más poder que con el que llegó (los caprichos impunes lo demuestran con meridiana claridad). Hay muchas evidencias de que esto es real, y no necesariamente debe llevarnos a una lectura positiva de lo que le espera a esta sociedad con un personaje que se mantiene tan poderoso, que su sucesión difícilmente podrá  defenestrarlo, como resulta necesario para que el nuevo gobernante construya su margen de gobernabilidad.

Lo que hemos visto estos años es en realidad la empeñosa construcción de una especie de maximato, con Alfaro como hombre fuerte detrás del siguiente o los siguientes mandatarios. Es paradójico porque el discurso del político emecista es que quiere alinear a los poderes fácticos o metaconstitucionales para que se recupere la sobriedad republicana. Y lo hace con métodos muy propios de su estilo nada contenido, nada democrático: bravatas, denuncias que no termina por sustentar, amenazas. Así es el caso de su enfrentamiento con el grupo de poder que ha dominado la Universidad de Guadalajara, antes representado por Raúl Padilla López, hoy colegiado en sus herederos. Claro, insiste en que respeta la autonomía universitaria, pero las exigencias que le suelta a los mandamases de la casa de estudios tienen mucho la intención de que, sencillamente, no se atrevan a estorbar.

Y al interior de su clan, quien ya vivió la tormenta por no plegarse es nada menos que el muy popular (y cuestionable, sin duda) presidente municipal de Guadalajara, Pablo Lemus Navarro. Un verdadero rey sin reino, gobierna Guadalajara sin una mayoría, pues los regidores de MC ya le demostraron, en la crisis de las lealtades respecto a la Feria Internacional del Libro (un gobernador que boicotea una exhibición de libros y cultura, vaya anécdota de caprichos bananeros), que, si se pretende ir por la libre, está solo. Y de ser, hace pocos meses, el más viable sucesor de Alfaro, hoy es solamente un nombre más: Alberto Esquer y Clemente Castañeda han aprovechado para moverse. La incertidumbre sobre el proyecto emecista en Jalisco solo significa que es más alfarista que nunca.

Alfaro ha tenido gran habilidad en venderse como real alternativa a esos partidos desprestigiados del pasado e incluso a lo que representan la 4T, Morena y el presidente Andrés Manuel López Obrador. Y ha logrado imponer esa versión porque MC ciertamente tiene en su nómina de representantes algunas personalidades que sí tienen congruencia democrática, como Patricia Mercado o Salomón Chertorivski, pero no debemos olvidar que a nivel nacional su peso en ese partido es menor, aunque la bancada de Jalisco sea la más importante. Pero en realidad, Alfaro no es un luchador por la democracia sino un capturador de cierta clase de activismos antisistema a los que ha sacado muy buena renta. Lo abordaré en la siguiente entrega.

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jl/I