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La exposición a la muerte

Todos hemos perdido algo. Algunos hemos perdido a alguien. Otros tantos hemos sentido que con su partida lo hemos perdido todo. Se dice que todos llevamos en la piel el olor de nuestros muertos. Y cómo no habría de ser así si de pronto parece que su ausencia se quedara impregnada en nosotros por siempre.

Tras la pérdida, el dolor es indecible, lo primero que te arranca son las palabras. Nos perdemos. Perdemos también nuestra voz. De ahí, la cualidad de lo indecible, lo impronunciable, lo que nunca volverá a ser.

Añoramos su presencia, pero no sólo eso, extrañamos seguir viviendo con ellos, anhelamos verlos vivir sus vidas. Es extraño, pero con el tiempo, de pronto comenzamos a olvidar su voz, su olor, la particularidad de su risa. Se comienzan a desvanecer las formas en las que actuaban y caminaban. Y eso vuelve a doler. Jamás habrá nadie que se ría, huela, hable, actúe y camine como ellos. Nunca. Jamás. De ningún modo habrá alguien que nos ame como ellos, ni alguien a quien podamos amar igual. Es el fin absoluto de esa historia compartida.

El duelo es como una pausa prolongada en el tiempo que se gestó tras una ruptura absoluta del vínculo con el mundo. En su momento sólo nos queda el vacío. Tal parece que los vacíos no se llenan. Los duelos no se superan, sino que se incorporan, se abrazan, se sostienen. Los duelos son las huellas del paso de nuestros seres amados por nuestras vidas. Y habremos de recordarlos siempre, mientras los vemos pasar inesperadamente por nuestro corazón. Los seres humanos también nos definimos y nos comprendemos sobre todo por lo que hemos perdido.

Y ahí vamos, escuchando a través de nuestras propias heridas. Sintiendo al otro con la disponibilidad de nuestra piel, de nuestra mirada. Acogiendo esos gritos estremecedores que no se olvidan. Hay que saber acurrucarnos y ser compasivos, hay que aprender a cuidarnos incluso de nosotros mismos.

Y por insoportable e inalcanzable que parezca, habremos de reinventarnos.

En algún momento del camino romperemos el silencio y recuperaremos la voz, una distinta, una que tiembla con los recuerdos y pronuncia la vida con otros acordes. Hay que inventar nuevas formas de estar en el mundo. Hay que aprender a habitarlo y a habitarnos de una manera en la que en nuestra existencia todas nuestras ausencias tengan formas de amor.

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jl/I