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Los López amparándose
Porque nos la quitaron
La mayoría de los sueños no se cumplen, los sueños son más grandes que el tiempo que tenemos de vida. ¿Cómo resolvemos el estar en la vida mientras se nos promete el término de la misma? No hay nada de novedoso en saber que la representación de nuestro paso por la tierra se acabará. Tampoco hay algo más profundo y estremecedor que sentir la vida recorriendo cada una de las partículas de nuestro cuerpo. Sentir el viento refrescando los pensamientos. Contemplar el instante mientras nos encontramos inmersos en una taza de té. Revolcar el olfato en el aroma fresco y hondo de la noche. Escuchar el sonido de quien ha vuelto a sonreír. Nada como saborear el erótico presente de la realidad que aún nos queda.
Los seres humanos están hechos de interrogantes y propuestas, de descubrimientos y conclusiones, de ensayos y un sin fin de errores. Contienen una especie de dispositivo con altas dosis de fascinación por explicarse las cosas a la par que disponen de unas ganas inmensas de estropeárselas. Bien podríamos detenernos y quedarnos ahí paralizados en el todo y la nada. Bien podríamos destinar el tiempo de nuestra función a todo lo que nos falta, o bien, a lo que desde nuestra película nos sobra. Al ser humano le puede gustar regodearse en las tragedias, en abrazar sus elegantes cadenas de miseria. Gusta de las luces cálidas y de repetir esa canción nostálgica 15 veces, no más, no menos.
La especie humana también está hecha de elecciones. De probar otros rumbos. De tejer otras redes sobre el mar en calma. La conducta humana está hecha de misterios. De respuestas que no hay que tener ahora y que quizás nunca se muestren. De entender que paladear la paz y la armonía implica una renuncia a todo lo que no fue, a lo que no será, incluso a lo que no hace falta. De aventurarse a tener la iniciativa de despedirse de aquellos fantasmas deambulantes que se construyeron a base de fantasía y ficción. De recordarnos incesantemente que aún nos quedan vida y, por tanto, sueños.
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jl/I