Las académicas y activistas Rita Segato y Olimpia Coral Melo coincidieron en que el mundo atraviesa una crisis civilizatoria sin precedentes, sostenida por estructuras de poder ancestrales y acelerada por un modelo tecnológico que reproduce desigualdades.
Lo anterior lo refirieron en el conversatorio Democracia y crisis civilizatoria: territorios, pedagogías y mundos posibles, realizado en la Feria Internacional del Libro (FIL).
A partir del genocidio en Gaza a cargo del Estado de Israel, Segato planteó que actualmente se vive en una “era histórica desconocida”, marcada por el colapso de la “ficción jurídica” y por un “genocidio sin pudor jurídico” que revela el agotamiento de las ideas modernas del bien.
Para Segato, ninguna revolución ha sido capaz de desmantelar la base de todos los poderes: el patriarcado. A la par sostuvo que la violencia de género no es un acto de fuerza, sino un “síntoma de la fragilidad masculina” y un crimen político realizado para demostrar hombría dentro de la “corporación masculina”. Como alternativa propuso recuperar una “politicidad femenina” y reconocer lo político en las relaciones cotidianas entre mujeres.
Por su parte, Olimpia Coral Melo trasladó este análisis al terreno digital y advirtió sobre una creciente “colonización digital” sustentada en un “algoritmo patriarcal”, al que definió como un modelo informático con sesgos que perjudican principalmente a las mujeres.
Este sistema, dijo, automatiza violencias históricas y deshumaniza para beneficio de los monopolios tecnológicos.
Coral Melo también alertó sobre las consecuencias físicas y neurológicas de la hiperconectividad, que provoca daños comparables a la adicción: ansiedad, insomnio, pérdida de memoria y desregulación de dopamina. Además, denunció la desconexión de la realidad.
La activista expuso además que la economía de datos, valuada en 3.43 billones de dólares hasta 2024, concentra poder en unos cuantos “señores de Internet” capaces de influir en democracias enteras y alimentar brechas digitales de género y edad.
Ambas ponentes convergieron en que la deshumanización no proviene solo de los algoritmos, sino de estructuras históricas que persisten en nuevas formas.
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