INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

Una economía que mata futuro

Hoy en el mundo se está dando la cuarta revolución industrial. Inició ya una revolución tecnológica en la que la robótica, la inteligencia artificial, el Internet que interconecta cosas, los vehículos sin chofer, la nanotecnología, la biotecnología, la impresión en tres dimensiones, el manejo de energía y la computación quántica alterarán todo: la vida y el trabajo.

Esto significa la desaparición de millones de puestos de trabajo; empleados, secretarias, choferes, cajeros de supermercados, obreros industriales, todo tipo de empleos en sectores de servicios. Nunca la humanidad había avanzado a ritmo tan acelerado en sofisticación tecnológica y productividad.

El resultado es empobrecimiento. La mayor productividad se traduce en menos empleos. El papa Francisco ejemplifica de que así como el mandamiento de no matar, pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad”, porque esa economía mata.

Según el último Panorama Económico Mundial, el reporte del Fondo Monetario Internacional de 2017 dice que la economía mundial creció 3.8 por ciento y la de México 2.0. Se observa el atraso de México en crecimiento, productividad y bienestar; y lo preocupante es que esto se da en un contexto de máxima apertura comercial, de plena libertad de mercado, con una fuerte atracción de capitales externos, con bajos salarios, de esclavos, dirían los gringos; con un control férreo de la mano de obra, y aun así, estamos muy mal económicamente.

En México, en materia económica tenemos poquito gobierno. La verdad es que el paso al modelo neoliberal destruyó el esfuerzo y la riqueza acumulada anteriormente. Con el argumento de que el gobierno era paternalista y creaba un empresariado nacional flojo, abusivo y no competitivo, se instrumentaron políticas que destruyeron buena parte de las empresas manufactureras tradicionales. Guadalajara fue considerada por muchos años como la gran ciudad de la pequeña industria.

Es una paradoja que el empresariado mexicano globalizado, de acuerdo con la OCDE, tiene un bajo desempeño como inversionista. Esto se debe no a la ausencia de ganancia, sino a la falta de oportunidades de inversión en el contexto de un mercado interno no sólo pobre, sino empobrecido en las últimas décadas.

Otras economías, como las orientales, son exitosas con altas tasas de crecimiento y de incremento de la productividad. ¿Por qué? Porque lo hacen en condiciones diferentes: sus gobiernos orientan la actividad económica, las políticas de fortalecimiento industrial y rural, y el incremento de los ingresos de los trabajadores para el fortalecimiento del mercado interno.

Y la realidad es que México no crece porque no crece su mercado interno. En la economía actual sólo hay dos caminos: continuar con las mismas políticas económicas de los últimos 18 años o transformarnos hacia una economía social, con rostro humano, que fomente el mercado interno, sin proteccionismo.

Todo cambio para algunos es un trauma. Unos pierden y otros ganan. Ya es hora de que los que han ganado demasiado, retrocedan y le hagan espacio al mejoramiento de la mayoría como asunto de sobrevivencia nacional.

Lo urgente es reorientar el crecimiento del mercado interno, liderado por mejores ingresos para los trabajadores de las ciudades y del campo. Para ello, el Estado debe recuperar su papel de ser un motor de la inversión productiva, como generador del piso básico en el que pueda crecer y darse un empresariado diverso. Lejos de destruir a los no competitivos hay que crearles posibilidades.

¿Es posible que ganen los trabajadores y también el pequeño y mediano empresariado? Sí, ése es de hecho lo que alienta la doctrina social de la iglesia. Urge construir la seguridad alimentaria y energética de México. Nuestra soberanía deberá radicar en el fortalecimiento del mercado interno.

[email protected]

JJ/I