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Negligencia estatal criminal

24 de febrero, 18 horas. Plaza Pública de la cabecera municipal de El Salto, Jalisco. El cielo estaba gris, el clima fresco y caía ligera llovizna. Era un cielo triste, como si supiera de las noticias que minutos más tarde se harían saber. La asamblea informativa a la que convocó el colectivo Un Salto de Vida estuvo acompañada por el busto del siervo de la nación, José María Morelos y Pavón, que, pétreo, se encuentra colocado en la parte alta del kiosco. 

La plaza, como es normal en los pueblos y ciudades pequeñas y medianas, se encuentra rodeada de múltiples negocios, pero, además, sobre la calle abundan las vendimias que atraen a la gente. Sin embargo, los olores de la olla humeante de tamales o el que despiden los recipientes con aceite hirviente donde se fríen los churros o las papas no lograr competir con los hedores provenientes del río Santiago que en estado lamentable pasa a pocos metros de distancia. Su presencia moribunda se cuela por todos lados, pero igual, como si nada, la gente está en la plaza, disfrutando de ella. El río que seguimos maltratando hace llegar su mal olor hasta la plaza, pero ésta sigue siendo nuestra, podría ser el mensaje en clave de resistencia. La gente sigue ahí, como si hubieran normalizado esos olores fétidos, tanto como la presencia de los zancudos que empiezan a revolotear. La iglesia a los minutos también se sumó a la reunión con el sonido de sus campanas al vuelo. 

Como en media luna, las sillas fueron acomodadas frente al kiosco para los asistentes y casi puntualmente acudieron a la cita. En la organización de la asamblea se notan muchos jóvenes. Mujeres la mayoría. Ellas arman todo. Acomodan sillas, conectan el sonido, toman el micrófono, emiten mensajes, accionan cámaras fotográficas. Nuevas generaciones que asumen qué les toca hacer por haber nacido y vivir en este territorio postapocalíptico que están empeñados en defender. Lo más fácil sería correr despavoridos y buscar un sitio inexistente, donde el “progreso y el desarrollo” no estén dañando la vida. Con un gran amor a su territorio, a su historia, a su cultura, y literalmente poniendo el cuerpo por delante, han decidido quedarse y luchar por la vida contra viento y marea. 

Se informó a los asistentes a la asamblea que hace 10 años la Comisión Estatal del Agua y el gobierno de Jalisco contrataron a un equipo de investigadores de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí para que hicieran un estudio sobre los probables efectos que estuviera teniendo la contaminación del río Santiago en la salud de los habitantes de varias poblaciones aledañas. Los resultados ya eran funestos y conforme los explicaba, de la mejor manera que podía, la doctora responsable de dicho proyecto, la exclamación de sorpresa, dolor e incomprensión al escuchar que hace una década el gobierno sabía perfectamente que, sobre todo, los niños estaban siendo fuertemente afectados en sus capacidades cognitivas por la presencia en su sangre y orina de materiales pesados como el plomo, cadmio, mercurio, arsénico. 

Lo sabían, pero decidieron esconder los resultados, negar sistemáticamente que la contaminación es la explicación a las enfermedades y muertes que abundan en estos pueblos. De hecho, lo siguen negando. Peor aún, decidieron no hacer nada significativo al respecto, a pesar de que, también desde hace más de una década, estas poblaciones demandaron al gobierno que declarara situación de contingencia ambiental y la Comisión Estatal de Derechos Humanos hizo una serie de recomendaciones al respecto. 

Sabiendo de estos resultados, y aquí reside la negligencia, desde el poder, con un gran desprecio por la vida de los otros, propio de personajes autoritarios que no tienen la razón, pero tienen el poder necropolítico para decidir quien vive y quien muere, decidieron ocultar todo y no hacer lo conducente. Decidieron que enfermedad y muerte siguieran cebándose en estos territorios hasta convertirlos en zona de sacrifico socioambiental. 

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jl/I