Freddy Díaz es testimonio claro y contundente de historias de personas migrantes que no caben en una sola bandera. Nació en Detroit, Michigan, cerca de la frontera entre Estados Unidos y Canadá, donde se mudaron sus padres migrantes, originarios de San Luis Potosí y Durango, México.
Él ha logrado convertir su experiencia bicultural en un puente. Su trabajo más reciente –el arte visual para la celebración del Día de Muertos en la Arena Ciudad de México durante el partido entre los Pistons de Detroit y los Dallas Mavericks– es sólo un ejemplo de cómo su talento circula entre murales, lienzos, prendas deportivas y espacios urbanos con la misma fluidez con la que él transita ambos lados de la frontera.
Su historia es la de muchas y muchos mexicanos de segunda y tercera generación quienes crecieron entre dos mundos y tuvieron que aprender a hacerse un lugar en ambos. Freddy lo ha explicado con honestidad; en Estados Unidos lo identificaban como mexicano, mientras que en México lo recibían como estadounidense.
Esa sensación de no pertenecer, de sentirse en medio, se convirtió en su impulso creativo. Encontró en el grafiti un espacio para expresarse y dar rienda suelta a un estilo que se transformó en plataforma profesional gracias a la confianza de los negocios locales de Southwest Detroit, el barrio mexicano de la ciudad.
Restaurantes, talleres mecánicos, comercios de barrio: todos ellos apostaron por su talento cuando nadie más lo hacía. Esa comunidad lo vio crecer, lo impulsó y lo nutrió. Hoy su obra está ligada a marcas globales y a proyectos deportivos de gran escala.
Su presencia en fechas recientes en la Arena Ciudad de México representa, simbólicamente, el cierre de un círculo, porque Freddy creció escuchando a sus padres hablar de sacrificio, de miedo a la frontera, de mantener un perfil bajo para sobrevivir en un país que rechaza a sus migrantes, pero él regresó a México desde el escenario más visible que ha tenido; consciente también de que pertenece a la comunidad que sostiene buena parte del músculo económico, social y cultural de ambos países: “Somos gente que nunca pone pretextos, que se levanta incluso en los momentos más oscuros”, dice. Esa idea atraviesa sus murales, sus diseños textiles y su participación en proyectos que aportan una visión mestiza, fresca, trabajadora, resiliente y profundamente creativa.
Freddy habla sin adornos del sacrificio de sus padres, de cómo su miedo, el aprendizaje de generaciones completas de migrantes, moldeó la vida familiar. Por eso, a pocas semanas de la llegada de su primer hijo, está decidido a romper ciclos: a enseñar empatía, orgullo por sus raíces y esa mezcla de identidades que a él tanto esfuerzo le ha costado comprender. Su capacidad para conectar dos mundos que a veces parecieran incompatibles nos recuerda que las identidades no se delimitan por fronteras, sino que se construyen en el movimiento, en la memoria; en el trazo y también en el color.
X: @claudiaacn
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