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Nariz roja
Aguascalientes
El presidente Donald Trump dobla la apuesta en su disputa con las universidades, sus comunidades académicas y sus estudiantes internacionales. La reciente suspensión de entrevistas consulares a las y los solicitantes de visa estudiantil y la caída en las matrículas de alumnos extranjeros, así como las restricciones y el congelamiento de fondos públicos destinados a la investigación y becas, son apenas los primeros efectos de esta abrupta disputa.
Lo que sigue es una menor colaboración académica; el desaliento al desarrollo de la producción e innovación científica internacional; la autocensura en las aulas y, en adelante, en los espacios públicos.
En esta cruzada populista, Trump ha reforzado una narrativa peligrosa a sus conciudadanos: que los estudiantes extranjeros “quitan” espacios y oportunidades a los estadounidenses, y que las universidades, se han convertido en “enemigos del pueblo”. Nada más alejado de la realidad. Sin embargo, tampoco puede obviarse que esa retórica del presidente sigue encontrando eco en algunos sectores de la sociedad, alimentando el resentimiento, la desinformación y el miedo. Un miedo que lastimosamente paraliza y justifica políticas excluyentes y autoritarias.
Las universidades son naturalmente espacios abiertos al diálogo; a la formación del pensamiento crítico y la edificación de eso que llamamos ciudadanía. Sin embargo, para la administración Trump, las universidades y las y los estudiantes extranjeros que son abiertamente críticos a la retórica del gobierno representan una amenaza y un riesgo a la seguridad nacional.
Pero ¿quién tiene la facultad de regir o encarcelar el pensamiento? Nadie. El ejercicio pleno de los derechos a la libertad de expresión, a la manifestación y la protesta no pueden, ni deben ser condicionados por ningún tipo de poder, por más incómodo o contrario que resulte a un proyecto de gobierno.
El autodenominado país de las libertades regresa a un camino que parecía superado. El ministro Martin Luther King volvería hoy a sus palabras: “Mi país es de ti, dulce tierra de libertad a ti yo canto. Tierra donde mi padre murió, tierra del orgullo de los peregrinos, de cada lado de la montaña, dejemos resonar la libertad. Y si América va a ser una nación grande, esto tendrá que hacerse realidad”.
El veto académico de Trump no solo violenta la autonomía universitaria; es una práctica clara y desafiante del exceso del poder unipersonal que trasciende a otros órdenes y espacios en una nación que ha prosperado con el trabajo y la riqueza que le aportan miles, millones de personas migrantes, quienes a cambio reciben hoy persecución y criminalización.
La educación no puede, ni debe verse como una mercancía, menos, como una amenaza. Los modelos educativos de cada país responden a las necesidades y posibilidades de sus sociedades; naturalmente pueden mejorar e incrementar la formación de más profesionales sin distingo de origen o raza. Las universidades y sus comunidades deben prosperar en su afán de imaginar y construir otra realidad posible; una de progreso y justicia; de solidaridad y sostenibilidad. Ese es su cometido.
X: @claudiaacn
jl/I