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¿Educarnos ambientalmente?

El pasado jueves se conmemoró el Día Mundial de la Educación Ambiental. Una demanda surgida en la Organización de las Naciones Unidas en los años setenta.

Se reconocía que la inmensa mayoría de los desastres ambientales eran causados por las actividades productivas y cotidianas. Entonces se determinó combatir la ignorancia sobre el funcionamiento del planeta, como primera estrategia educativa. Nadie cuida lo que no conoce, se decía.

Proliferaron mensajes basados en datos científicos para movilizar decisiones orientadas a cuidar la naturaleza. No faltaron los “consejos” o “tips” para proteger al medio ambiente de manera “sencilla” o “fácil”.

Estos mensajes no han dejado de generarse, solo ha cambiado aquello sobre lo que informan. Los datos no son nada despreciables. Por ejemplo, en plena era digital, se sabe que Amazon emitió 71.54 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono durante 2021 (según un reporte de sustentabilidad de Amazon) y que, en 2023, Google consumió 5 mil 600 millones de litros de agua. Sin embargo, sólo es capaz de reponer 6 por ciento de ella (según la revista estadounidense Wired). Facebook no ha revelado su huella ambiental digital.

Estos datos duros, sin embargo, poco influyen para que la población haga un uso más sobrio de estas tecnologías.

Ambientalistas, científicos y especialistas producen datos sobre el costo de la irresponsabilidad ambiental de empresas, gobiernos y ciudadanos. Pero comprobamos que los datos científicos no son suficientes para cambiar conductas, por eso es necesario cambiar lo que vemos para comprender al mundo de forma distinta.

¿Qué significa eso? ¿Estudió usted en la escuela primaria que la naturaleza es un recurso natural renovable? Si su respuesta es sí, es porque nuestras generaciones no habían sido formadas ambientalmente.

Ahora no podemos percibir a la naturaleza como un recurso destinado a satisfacernos y a generar ganancias económicas. Un bosque, por ejemplo, no puede reducirse a madera que da ganancias en metros cúbicos. Un lago es un rico ecosistema, cuya salud permite que un porcentaje de sus aguas vayan al consumo humano. Los animales no son, por naturaleza, proteína disponible al ser humano.

Al sembrar la idea de que la naturaleza es un recurso eterno se generaron formas de explotación ilimitada. En consecuencia, ahora cosechamos desastres naturales por la falta de bosques que regulaban el ciclo del agua y el clima planetario, y cosechamos enfermedades debido a la pérdida de diversidad biológica, pues protegía de virus y bacterias a muchos seres vivos.

Ahora estudiamos a la naturaleza considerando sus interrelaciones orgánicas y sabemos que es finita.

Otra pregunta que ha permitido ver diferente a la naturaleza es esta: ¿cree usted que las plantas son inteligentes?

Si su respuesta es no es porque no estamos educados ambientalmente.

Científicos de la neurobiología vegetal han descrito la inteligencia de las plantas. Tienen 700 sensores para percibir, entender y vivir en el mundo. Además de tener la equivalencia a nuestros cinco sentidos, ellas captan la radiación, la gravedad, la salinidad, la humedad, compuestos bioquímicos del ambiente.

“Respiran sin pulmones, detoxifican sin hígado, digieren sin intestino… y tienen inteligencia sin cerebro”, dice el científico Jaques Tassin. Cambian su cuerpo y su toxicidad según los desafíos.

La ecóloga forestal Suzanne Simard ha descrito la comunicación entre los árboles de un bosque. Encuentra una estructura social donde los más viejos suministran lo necesario a los más débiles y al resto de los ejemplares para adaptarse al medio. De ahí que no signifique lo mismo para un bosque perder a sus individuos más antiguos.

Por lo anterior, entendemos que la vida, como derecho, debería extenderse a otros seres vivos.

Al comprobar que hay otra manera de mirar al mundo, creamos nuevas formas de comprenderlo y habitarlo. Tal es la riqueza de educarnos ambientalmente.

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