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Al terminar de charlar con una amiga quedaba en el aire una pregunta importante: ¿qué significa trabajar a favor de la igualdad entre mujeres y hombres? La igualdad es un valor que orienta el comportamiento humano para contrarrestar la violencia contra las mujeres, así como para acatar mandatos establecidos en convenciones y tratados internacionales en materia de derechos humanos con relación al género.
Sin embargo, la búsqueda de la igualdad, a pesar de su relevancia, no puede dejar de considerar la diversidad que nos constituye como seres vivos. Aunque mujeres y hombres pertenecemos a la misma especie biológica, nuestra condición humana se expresa en una variedad infinita de cuerpos sexuados que sienten, piensan e interactúan de maneras diferentes en múltiples contextos y circunstancias. Es injusto tratar por igual a los desiguales.
En ciertos casos la igualdad jurídica es importante, porque nos obliga a ir más allá de intereses y objetivos individuales para conseguir el bien común; en otros, es la diversidad de visiones y necesidades la que debe prevalecer en la toma de decisiones. En cuestiones de salud, por ejemplo, aunque toda persona debe tener garantizado el derecho a acceder a las instituciones que la procuran, es imprescindible actuar con perspectiva de género para asegurar el bienestar de las mujeres. Reconocer las diferencias no significa absolutizarlas.
Buscando la igualdad se han invisibilizado las diferencias. “Naturalizando” las desigualdades con categorías dualistas como hombre/mujer, razón/sentimientos, mente/cuerpo, cultura/naturaleza..., ha logrado imponerse la razón masculina. Lo opuesto a igualdad no es diversidad, sino desigualdad. En el fondo, no hemos conseguido asumir la complejidad inherente a nuestra condición humana (“con-dición”: lo que decimos juntos).
El problema de contraponer igualdad vs. diversidad entre hombres y mujeres no se va a resolver negando o afirmando uno u otro principio, sino esclareciendo en qué aspectos o situaciones es más relevante utilizarlos como parámetro para la acción. Con leyes escritas por hombres, fiscales y jueces que condenan conductas femeninas o discursos que legitiman las desigualdades, las mujeres no pueden ser auténticamente ellas mismas.
Para trascender la dicotomía (igualdad-diversidad) y transformar las relaciones (hombres-mujeres) requerimos formularnos de otra manera la pregunta inicial: ¿qué significa que dos sexos diferentes mantengan relaciones complementarias entre sí?
La interacción entre hombres y mujeres se desquebraja cuando solo cambia una de las partes. “La mujer”, en abstracto, no existe. Su identidad proviene de la trama de relaciones en la que vive envuelta. Los roles masculinos estereotipados tampoco ayudan a establecer relaciones constructivas. La igualdad que necesitamos debe conjugar lo mejor de la experiencia histórica de hombres y mujeres.
Igualdad es el reconocimiento público de las diferencias, privilegiar los espacios sociales donde las personas puedan llevar adelante sus propias concepciones de dignidad humana, garantizar que las mujeres tomen en sus manos las riendas jurídicas y culturales que les permitan desarrollar sus capacidades. Garantizar justicia supone remover los obstáculos que impiden la construcción intersubjetiva de lo diverso.
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jl/I