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AMLO, percepciones y entendimientos

Algo quizá no comprenden los enemigos más agresivos de Andrés Manuel López Obrador. Pese a la inmensa avalancha de descalificaciones que se difundieron, sobre todo en redes sociales, ganó los comicios con 53.1 por ciento de la votación el 1 de julio. Lo que representa como figura pasó por encima de los insultos. Ningún candidato ha obtenido más de 30 millones de votos.

Algo tal vez no comprenden los críticos más feroces del ahora presidente. Se fueron contra la consulta sobre el aeropuerto de la Ciudad de México, señalaron de manera punzante las fallas que cometieron los organizadores. Igual sucedió con la segunda consulta. Pese a todo, más de un millón y más de 900 mil personas, respectivamente, acudieron a las pocas urnas. Entender no es justificar.

Algo posiblemente no ven los agoreros de la catástrofe. Del 1 de julio hasta su toma de posesión el lenguaje del odio lo puso en el paredón con ofensas que iban desde la más clasista hasta la más racista. Lo vituperaron con saña. López Obrador marcó agenda en esos cinco meses, propuso medidas que reducían sus propias expectativas o eran polémicas. No obstante, llegó al 1 de diciembre con 67.2 por ciento de opiniones favorables, indica el Gabinete de Comunicación Estratégica.

Algo probablemente nubla la vista a quienes lo odian y apuestan a que su gobierno se derrumbe. La encuestadora de la opinión pública Consulta Mitofsky publicó este 1 de diciembre que cuando fue jefe de gobierno del Distrito Federal, al asumir el cargo en diciembre de 2000 esperaban que hiciera un buen trabajo 75 por ciento de sus gobernados. Al final de su gestión salió bien evaluado, recordó. En estos cinco meses de transición, 63 por ciento están de acuerdo en cómo se condujo, indicó Mitofsky; 69 por ciento, según Parametría.

Algo al parecer no entienden quienes con simpleza dividen a México entre los a favor y los en contra. No abatieron la popularidad de López Obrador, pero sí polarizaron al país. Jalaron la cuerda hasta casi romperla. Continuarán haciéndolo. Están, estamos, con todo el derecho de criticar y expresar malestares, de indicar desaciertos. Sin embargo, tensar las posiciones hasta el límite, llevarlas hasta la última micra de la raya puede conducir a la violencia. Legitimarla. Y en ese extremo están sectores de opositores y simpatizantes radicales, de uno y otro bando.

Algo quizá no cabe en las mentes de sus detractores intelectuales. En sus análisis admiten pocos matices o los hacen a un lado. Agreden al que tenga la más pequeña brizna de simpatía hacia el presidente. Dejan de lado el factor emocional, uno de tantos ante el cual los argumentos pulcramente racionales no han servido ni bastarán. Las opiniones precisas, fundamentadas, pierden peso ante quienes van con el corazón por delante. La realidad política se escabulle cuando únicamente se observa con la mente. El inconsciente colectivo mexicano emergió con la ceremonia de limpia.

Algo real tal vez no les parece real. La gente está harta de los políticos tradicionales. La esperanza que significa para millones de mexicanos les resulta invisible. Cómo lo han arropado millones no lo admiten: ni el abarrotado Zócalo de la Ciudad de México o las barreras humanas en la calle para saludarlo, por ejemplo. La escena de la ciclista que con la bandera de México siguió su vehículo el 1 de diciembre y le gritó “¡tú no tienes derecho a fallarnos!”, simboliza lo que sucede con la mayoría de los mexicanos. Es una imagen del momentum nacional. La foto de la familia acapulqueña en Los Pinos rebasa la anécdota. Desde la pedantería intelectual, desde la fobia irracional, desde posturas editoriales cerradas, es difícil percibirlo.

Algo pareciera dejan de lado. López Obrador se ha equivocado, seguirá equivocándose, se ha contradicho, tendrá aciertos. Se podrá estar o no de acuerdo con lo que decida, será necesario cuestionarlo, señalar los desacuerdos, identificar fallas. Es saludable no dejarle pasar ni una, exigirle que cumpla lo prometido, y reconocer y apoyar lo que haga bien. El país no son López Obrador ni su equipo ni su partido. Somos todos. Y en este país cabemos todos, en paz y con respeto a las diferencias.

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JJ/I