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Las instituciones van contra sí mismas

Instituciones del país están contra sí mismas. Se desprestigian solas. Es tal su autodenigración que, en sentido figurado, pareciera que buscan suicidarse o inmolarse. Las críticas bien o mal intencionadas que reciben como instituciones les hacen menos mella que las ocasionadas por su propia y terrible actuación. Las anomalías, incumplimientos e ilegalidades que comete la mayoría, empezando por sus titulares, terminó por ponerlas en crisis. El gran problema es que al ir en su propia contra, las instituciones no responden al interés de los ciudadanos por tener un mejor país.

Con presupuesto y funciones claramente establecidas en la Constitución Política de los Estados Unidos de México, en las constituciones de cada entidad, y en las leyes federales y estatales, más la multitud de reglamentos vigentes, las instituciones públicas tienen raspaduras, enormes grietas o de plano están derrumbándose. Para bien y para mal.

Una institución con estrepitosa caída es la Presidencia de la República. En el actual sexenio, con Enrique Peña Nieto se vino todavía más abajo del lugar en que la dejaron las administraciones de Vicente Fox y Felipe Calderón. Son numerosos los casos con que se autogolpeó lo que representaba de liderazgo para avanzar en la destrucción de la confianza que quedaba en la institución, como se puede advertir, por ejemplo, en la burla de investigaciones sobre el paradero de los 43 normalistas de Ayotzinapa, lo cual lastima al país.

O también se puede comprobar con los millones de dólares que repartió en México la petrolera Odebrecht y que continúan sin aclararse, o la Casa Blanca del propio presidente y su esposa, de la que fueron exonerados por un empleado de Peña Nieto, o la estafa maestra que recurrió a 128 empresas fantasmas para que desde el gobierno federal se desviaran cientos de millones de pesos, o el perdón al ex gobernador César Duarte, entre otros casos que se acumulan con impunidad.

Hasta el siglo pasado amplios sectores confiaban en la Presidencia de la República, pese a su autoritarismo y vicios. Eso quedó atrás. El Ejecutivo federal y sus dependencias, como la Procuraduría General de la República, la Secretaría de Desarrollo Social o la Secretaría de la Función Pública, por mencionar algunas, se echan tierra a sí mismas a través de lo que hacen. Cavan profundo la tumba de la desconfianza.

Veamos otro caso: el propio Instituto Nacional Electoral (INE) socava su actuación y daña al propio organismo con sus decisiones sobre los tres candidatos independientes a la Presidencia de la República. Tanto Margarita Zavala como Jaime Rodríguez Calderón y Armando Ríos Piter, y sus respectivos equipos, buscaron engañar al instituto y a los ciudadanos al reunir firmas mediante diversas mañas. El trío entregó en números redondos 1.5 millones de firmas falsas o con otras irregularidades, suficientes para mínimo descalificarlos o que por vergüenza declinaran. Pero el INE avala a Zavala y sólo deja fuera en principio a los otros dos. Avalar a una y sacar a otros hace cómplice al instituto.

¿Cómo confiar en los tres candidatos independientes con esas irregularidades burdas? La tasa de firmas no procedentes fue en el caso de Margarita Zavala de 45 por ciento, de acuerdo con el INE. La enorme cantidad revela que hubo dolo. En cambio, la candidata independiente Mary Chuy Patricio, aunque no alcanzó las necesarias, el INE le validó 94.5 por ciento de las firmas. Actuó sin trampas, con mayor dignidad y merecedora de más confianza que el trío referido.

Las instituciones públicas serán ocupadas en pocos meses por nuevos liderazgos, una vez concluidas las elecciones. Los recién llegados recibirán estructuras que necesitan ser derruidas, renovadas o refundadas; estructuras que en su conjunto forman parte de un sistema político que sabe autorregenerarse, que cambia para seguir igual. Estructuras que sostienen a instituciones desprestigiadas que, cual hacen los perros, se automuerden la cola. No hay necesidad de mandarlas al diablo. Solas lo hacen.

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JJ/I