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Los López amparándose
Porque nos la quitaron
Los votantes en Estados Unidos decidirán el 3 de noviembre si Donald Trump permanece en la Casa Blanca cuatro años más. El presidente republicano se enfrenta al candidato del Partido Demócrata, Joe Biden, conocido como el vicepresidente de Barack Obama de 2008 a 2016.
A medida que se acerca el día de las elecciones, las empresas e instituciones de marketing político están midiendo semana a semana el avance de los candidatos preguntando a los electores a qué candidato prefieren.
No siempre el más popular gana las elecciones. En 2016, por ejemplo, la candidata demócrata Hillary Clinton encabezaba las encuestas y obtuvo casi 3 millones de votos más que Donald Trump, pero aun así perdió; eso es porque Estados Unidos utiliza un sistema de colegio electoral en el que conseguir más votos no siempre hace ganar la elección.
En el sistema de colegio electoral que se usa en Estados Unidos para elegir al presidente, cada estado recibe un número de votos según su población. Hay un total de 538 votos del colegio electoral en disputa, por lo que un candidato necesita obtener 270 para ganar.
Hoy se cuestiona este método electoral. El régimen estadounidense se hizo para un país que ya no existe: el de una súper mayoría blanca. En el presente, las minorías –afroamericanos, latinos y asiáticos– tienen cada vez más presencia demográfica, pero no pueden ejercer a cabalidad sus votos porque los blancos han implementado todo tipo de argumentos para minimizar su verdadera importancia electoral.
El trauma de la esclavitud y el racismo sigue en las calles con el asesinato de afroamericanos por parte de policías blancos. Ante esto, Joe Biden lo atribuye al racismo estructural que todavía existe. Mientras el presidente Trump lo considera como un problema de “ley y orden” donde se necesita la mano dura del gobierno para imponer el estado de derecho en las calles.
Paradójicamente, la llegada del primer afroamericano a la Presidencia, con Barack Obama, no cambió la desigualdad entre blancos y negros, desencadenó una reacción blanca que terminó por poner a Donald Trump en el puesto que dejaba Obama.
Biden ha estado por delante de Trump en las encuestas la mayor parte del año, a él si el cayó la pandemia como anillo al dedo, para llevar ventaja sobre Trump.
Los partidarios del republicano cuestionaron su reacción ante la crisis del Covid-19, a medida que estados del sur y del oeste del país se enfrentaban a nuevos brotes del virus. Trump espera que la llamada Operación Velocidad Máxima, como la iniciativa de su gobierno para el desarrollo rápido de una vacuna, que pueda ayudarlo en octubre, y que dé la vuelta a la intención de voto.
Llama la atención que en la anterior elección el voto de los católicos se decidió por Trump, no porque que el empresario Trump fuera una buena opción, sino que en la percepción de los católicos, Hilary Clinton significaba una situación creciente de persecución, en continuidad con Obama. Durante la campaña se repitió una frase en los círculos y medios católicos: “Trump podrá ser impredeciblemente peligroso, pero Clinton es peligrosamente predecible”.
La relación de los católicos con Trump no fue fácil, empezando por el problema de los migrantes, pues Iglesia católica tiene la red de apoyo a migrantes y refugiados más importante de Estados Unidos, y Obama les retiró los fondos federales, porque los católicos se negaron a promover el aborto.
Si gana Biden, le tocará la tarea de reconciliar a los estadounidenses, en especial a las mujeres, a los jóvenes, los migrantes, resolver la problemática del racismo, e incidir en la unidad nacional, regional y global.
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