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La ficción y el crimen

En la última temporada de la serie The Sinner, en Netflix, el ex detective Harry Ambrose se involucra en la investigación de un caso de desaparición de una persona en una isla ficticia ubicada en el Pacífico Norte, cerca de la frontera de Estados Unidos con Canadá.

A diferencia de México, la desaparición de una persona en ese pueblo de pescadores es algo tan insólito que motiva todo un operativo de búsqueda y una investigación que requiere de todo un procesamiento forense de los objetos que la persona desaparecida dejó, de su vehículo que fue hallado en una brecha y una serie de interrogatorios a todas las personas de su entorno familiar, social y laboral. Algo que difícilmente encontraríamos en un caso cualquiera de desaparición en Jalisco, el estado que ya durante varios años ha tenido la mayor cantidad de reportes de desapariciones.

Por supuesto que se trata de una serie de ficción policial y seguramente tendrá elementos exagerados en función de la narrativa, pero en general retoma elementos procesales y procedimentales que son habituales en el sistema de procuración de justicia estadounidense. Muy al inicio lo de la serie, el experimentado Ambrose muestra desconcierto ante la falta de diligencia del jefe de la policía local, Lou Raskin, porque la situación lo toma completamente por sorpresa al tratarse de una comunidad tranquila donde su mayor preocupación es la comida para el almuerzo y el café.

Somos sociedades completamente distintas por la erosión del crimen en nuestra cotidianidad. En esos pueblos de Estados Unidos, el principal vehículo de conocimiento de hechos delictivos y de situaciones de inseguridad son ese tipo de productos de la ficción que muestran crímenes poco comunes, estremecedores. En los pueblos de Jalisco, la experiencia de ese tipo de ilícitos es cercana y cotidiana, algo que se comenta entre las personas conocidas porque a alguien le tocó vivirlo en carne propia, porque lo han visto con sus propios ojos, porque hay toque de queda no oficial, porque todos saben que el jefe de la plaza les dice a las autoridades qué se puede y qué no se puede hacer.

La investigación de Ambrose lleva al descubrimiento de una red de trata de personas y homicidios que escandalizan a los miembros de la comunidad. Nadie se espera que, en ese pueblo tranquilo, donde parece que no pasa nada, pueda existir ese tipo de red criminal que involucra a una importante empresa local y a las personas con mayor poder económico. ¿Y qué podemos esperar nosotros, si todas las voces acerca de los crímenes que se cometen en nuestro país, en nuestro estado, siempre hablan de la colusión de las autoridades legítimas con las autoridades autoimpuestas por los grandes corporativos del narcotráfico?

Seguro que la vida no es como la retratan la vida y las películas, donde por lo general hay tan sólo algunas manzanas podridas en medio de un prevalente estado de derecho donde los criminales pagan con cárcel o con muerte. Seguro que es mucho más frecuente que existan ese tipo de actividades y que la capacidad de las autoridades policiales esté más limitada de lo que parece en las historias, donde tan sólo uniendo algunas pistas logran dar con los maleantes y frustrar sus proyectos criminales. Pero también es seguro que por nada del mundo podría tener credibilidad una historia que en Jalisco tratara de retratar ese tipo de orden. Aquí es mucho más creíble cualquier historia cuanto más se parezca a La Ley de Herodes, a El Infierno, a La Dictadura Perfecta, esa especie de trilogía de Luis Estrada que satirizaba de una manera tan hilarante y dolorosa el fenómeno de corrupción y criminalidad de nuestro México.

@levario_j

EH/I