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Después de la votación

La jornada electoral para elegir a los integrantes del Poder Judicial se llevó a cabo de acuerdo con las expectativas para su desarrollo. En ese sentido, ante la esperanza de una participación de entre 8 y 20 por ciento del padrón electoral, el INE anunció que fue de 13 por ciento. Se trató de algo así como 10 millones de votos, a los que les faltaron 90 millones que constituye el padrón electoral.

En octubre del año pasado, la dirigencia de Morena señalaba que iban a buscar la consolidación de tener 10 millones de afiliados. Andrés Manuel López Beltrán, secretario de Organización del partido, señaló como objetivo convertir a Morena en la más grande organización política de México. Dramáticamente, las coincidencias entre la expectativa y la movilización para incentivar el voto tienen algunas semejanzas.

La reforma del Poder Judicial se comenzó a ver en la instrumentación de la votación, tiene profundas fallas en el diseño de la misma, y no se trata de la elección como tal el problema, sino el mecanismo con el que se desestructura una estructura que, ciertamente, estaba ampliamente dominada por la corrupción y el nepotismo. Sin embargo, la radical sustitución por un modelo que no tiene ningún antecedente y que, por otra parte, tampoco ninguna prueba de efectividad en la composición del sistema que, por cierto, no se solidifica por una elección y, tampoco, genera una mayor o mejor estructura de ese poder. Ciertamente, se requiere una habilitación probada y evaluada de competencias que evidencien una clara trayectoria de respeto a los derechos humanos, apego irrestricto a la legalidad y mantenimiento en la impartición de justicia de acuerdo con la Constitución de nuestro país.

Enfrentar al ciudadano para elegir a más de 3 mil candidatos para ocupar 881 puestos sin que hubiese ningún referente para analizar un voto del que el ciudadano no tendría ningún elemento para decidir no ofrece un mayor componente de democracia, sino de confusión.

Que 87 por ciento del padrón electoral haya decidido abstenerse de participar en ese ejercicio marca un punto de seria y profunda reflexión para el aparato hegemónico de gobierno, para comprender que debe haber un análisis serio y técnico que cambie un escenario complejo y de poca certidumbre, en la composición del poder que entrará, en su práctica totalidad, a estrenarse el 1 de septiembre.

Un proceso de selección sin ningún cuidado ni orden, una definición de candidaturas, más establecidas por la casualidad que por capacidades, aspiraciones, reconocidas por el Senado, sin los elementos para participar que, esquizofrénicamente, el propio Senado cuestionó, y un proceso electoral complejo y sin apego a la ciudadanía, da un resultado complicado porque se trata del establecimiento de un Poder de la República que plantea más dudas que certidumbres.

El gran reto que también lo tendrá el INE, que sufrió un desgaste con el mecanismo y procesamiento de la elección que, por primera vez en mucho tiempo, genera poca credibilidad de los resultados. Es decir, que en los próximos comicios que tenga que procesar, asaltará, como no pasaba desde hace mucho tiempo, la duda de la calidad del contenido y de los resultados.

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