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El 68 medio siglo después

Cuando la masacre en la plaza de Tlatelolco cumplió su segundo aniversario, el escritor y participante en el movimiento estudiantil José Revueltas escribió un texto que se aplica todavía a medio siglo de distancia: “La bárbara matanza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968 es una herida que permanece aún abierta y sangrante en la conciencia de México el 2 de octubre de 1970. Han pasado dos años, pero esto no es cosa del transcurrir del tiempo, sino del transcurrir de la justicia histórica: sólo ella puede cerrar esta herida”.

No obstante, añadía, “ni la justicia histórica, ni nadie, ni nada podrá borrar este recuerdo: será siempre un acta de acusación y una condena. Hoy, a dos años de distancia, la pregunta acusatoria sigue sin respuesta: ¿cómo fue posible una acción tan criminal y monstruosa, tan increíble, irracional y estúpida, como la matanza de Tlatelolco del 2 de octubre? Ésta era la misma, la idéntica pregunta que se hacía la conciencia de México a principios del siglo. ¿Cómo fue posible la insensata, la torpe, la vil y asesina matanza de los huelguistas de Río Blanco en enero de 1907? Aquella conciencia histórica de México dio la respuesta adecuada a la pregunta tres años más tarde, en 1910: pero esta respuesta ya era una revolución”.

Enseguida anotaba: “Es lo que no entienden los gobernantes y lo que se niegan terca y mañosamente a ver: los dioses –como se decía en la antigüedad– primero cegaban a quienes previamente habían condenado a la perdición”. Revueltas situaba el movimiento estudiantil no como un proceso aislado históricamente, “sino que tiene sus raíces en la falta de independencia de la clase obrera y en la represión del 58, de diez años antes, contra la huelga ferrocarrilera”. Activo participante en el 68, por el que fue perseguido y encarcelado en Lecumberri más de dos años, Revueltas escribió que el movimiento estudiantil nunca modificó sus seis puntos de peticiones y, no obstante, “durante el movimiento había una lucha que iba más allá de los seis puntos”. Tenía razón: el 68 tuvo una dimensión histórica que nos alcanza hasta la fecha.

A 50 años de la matanza conviene leer a Revueltas desde esa visión de aguda crítica, sin concesiones, ante el régimen autoritario diazordacista. El luego premio Nobel de Literatura Octavio Paz escribiría meses después a propósito de las detenciones de participantes en el movimiento: “Todavía están en la cárcel 200 estudiantes, varios profesores universitarios y José Revueltas, uno de los mejores escritores de mi generación y uno de los hombres más puros de México”.

En su libro De Tlatelolco a Ayotzinapa. Las violencias del Estado, que documenta de manera exhaustiva, con información inédita, el académico y periodista Sergio Aguayo escribe: “A partir de 1968 México cambió para bien y para mal. Algunas transformaciones nos acercaron a los espacios democráticos, otras a los infiernos de la violencia criminal. Me concentro (en el libro) en el segundo camino a partir de una tesis: el Estado es el principal responsable de las perversiones que ha vivido el monopolio legítimo de la violencia”.

Aguayo concluye en su libro que, precisamente, “es responsabilidad del Estado la manera como se usa o pervierte el monopolio legítimo de la violencia pervertido en 1968. También tiene la obligación de someter esas violencias a las normas de un estado de derecho. Es la única manera de evitar que sigan repitiéndose los Tlatelolcos y los Ayotzinapas”.

Mientras no se esclarezca la verdad en los grandes crímenes perpetrados o cobijados desde el Estado; mientras no se precisen las responsabilidades, no haya justicia y continúe la impunidad, México enfrenta el riesgo de que continúen las atrocidades, las matanzas de todo tipo que enlutan hogares. Hay lejanos y cercanos episodios de la historia del país que demandan lo que señaló José Revueltas: “justicia histórica”, para cerrar heridas que siguen doliendo, para evitar más violencia, para encaminarnos a la paz, para entrar a la plena vigencia de los derechos humanos.

Opinión de: [email protected]

JJ/I