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Monstruosidad
Mejor restar
Imaginarnos un viaje espacial hasta un asteroide nos remite a la escena de Star Wars donde Han Solo pilota con pericia el Halcón Milenario, para esquivar enormes rocas de cientos de metros y lograr finalmente ocultarse en el interior de uno de estos objetos. En la realidad, posarse sobre un asteroide le está llevando dos años a la sonda OSIRIS-REx, cuya compleja y delicada misión promete dar un impulso a la minería de asteroides, una nueva etapa en la carrera espacial que hasta hace poco parecía pura ciencia ficción.
Esta aventura trepidante —en tiempos científicos y astronómicos— comenzaba en 2016 cuando la NASA lanzó la sonda OSIRIS-REx hacia el asteroide Bennu, con el objetivo de posarse sobre su superficie, recoger muestras y traerlas de vuelta a la Tierra para su estudio. Si todo va bien, ese final feliz en nuestro planeta será en 2023. De momento, tras dos años de viaje y otros dos de exploración en detalle de la superficie, buscando el mejor sitio para posarse, ya hay una fecha prevista para el aterrizaje, el 25 de agosto de 2020.
Los asteroides son restos de la formación de los planetas que pululan por el espacio interplanetario. Están compuestos por elementos más pequeños que se han ido agregando poco a poco: son algo así como conglomerados de roca y polvo, unidos por una ligera fuerza de gravedad. Su tamaño va de unos pocos a cientos de metros de diámetro —como es el caso de Bennu— hasta los mil kilómetros de diámetro de Ceres —el asteroide más grande que conocemos, aunque también entra dentro de la categoría de planeta enano.
La mayoría de ellos están en la zona del cinturón de asteroides, orbitando el Sol, entre Marte y Júpiter, pero no son los únicos. Hay otro grupo, de al menos un millar, que tienen su órbita entre Marte y la Tierra y cruzan por donde transita nuestro planeta, pudiendo llegar a colisionar con él. Son los conocidos como NEOs (siglas en ingles de objeto cercano a la Tierra) y son monitorizados como cuerpos peligrosos. Bennu es uno de ellos, tiene una probabilidad de 1 entre 25 mil de chocar contra la Tierra en su aproximación de 2135. Actualmente, se encuentra a una distancia unas 600 veces más lejana que la Luna.
El punto crítico de la misión se alcanzará cuando la sonda descienda lentamente, se pose sobre la superficie de Bennu y literalmente aspire hasta dos kilogramos de polvo y rocas de su superficie. Debido a la lejanía —y al consiguiente retraso en las comunicaciones con la Tierra—, el robot debe hacer todo en modo automático, y un pequeño fallo en cualquiera de los sistemas puede acabar con OSIRIS-REx estampado contra el asteroide o perdido en el espacio. Para no dejar nada a la improvisación, durante estos meses se están realizando pruebas de acercamiento y alejamiento.
No es la primera vez que una sonda espacial aterriza en un asteroide para traer muestras a la Tierra. Las sondas japonesas Hayabusa fueron las primeras, pero OSIRIS-REx es la misión más ambiciosa hasta la fecha, por su enorme carga científica. Los asteroides pueden ser una fuente de recursos estratégica. Por una parte contienen gran cantidad de agua, crucial para los aprovisionamientos de futuras misiones espaciales: tanto como combustible, —descomponiendo el agua en oxígeno e hidrógeno (que son las gasolinas más usuales para las naves espaciales)— como para mantener vivos a los tripulantes. Pero los asteroides también pueden ser interesantes como recurso minero.
En la formación de los planetas, como la Tierra, hay un momento en que —por las fuerzas de compactación, impactos y desintegración radioactiva— se calientan y prácticamente todo su material se convierte en líquido. En ese momento la masa del planeta se ordena por densidad: los elementos más pesados como el hierro, plomo o níquel caen hacia el núcleo, del mismo modo que se ordenan agua y aceite en un vaso de agua. Por esto es tan difícil encontrar elementos pesados y metálicos en la superficie de la Tierra. Y algunos de estos minerales tan escasos tienen una gran utilidad, especialmente tecnológica, por los que algunos, como el paladio, son más caros que el oro.
Es lo que se conoce como diferenciación planetaria. Sólo ocurre en planetas de cierto tamaño, hace falta una masa importante para que se de este proceso. En los asteroides esto no ocurre, pues no llegan a tener masa suficiente para calentar sus materiales hasta ese punto y también carecen de gravedad para moverlos a su interior. Por eso es mucho más fácil encontrar estos preciados elementos en la superficie de un asteroide que en la corteza terrestre. Y en base a la composición, ya hay estimaciones de cuántos miles de millones de dólares podría valer cada uno de estos cuerpos astronómicos.
Ya hay compañías mineras espaciales, como Planetary Resources, que ya ha lanzado varios minisatélites para probar varias de sus patentes. Otras compañías como Asteroid Mining Corporation o Trans Astronautica Corporation, si bien están aún muy lejos de su objetivo, ya captan millones de dólares de inversiones privadas interesadas en estar en la primera línea de un posible futuro negocio espacial.
¿Es posible la explotación minera de asteroides? Esta nueva carrera espacial ya comenzó cuando las misiones Hayabusa trajeron con éxito unos pocos gramos de la superficie de un asteroide, así que la tecnología para traer material de asteroides existe: solo hay que cambiar la escala, ya no es problema tecnológico.
¿Es viable económicamente? Cada vez dependemos más de elementos raros (como los del grupo de paladio), cuya explotación en la Tierra es cara y tiene un coste medioambiental alto, así que la suma de estos dos factores pueden hacer rentable viajar a los asteroides a extraer estas materias primas. El astrofísico Neil deGrasse sostiene que el primer trillonario del planeta será, sin duda, un minero espacial.
Trillonario
El astrofísico Neil deGrasse sostiene que el primer trillonario del planeta será, sin duda, un minero espacial.
jl/I