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Un México violento
Porque nos la quitaron
Se cumplieron dos años desde que iniciaron la cuarta transformación y la refundación. Así, en minúsculas, porque ninguna ha pasado del discurso y la pirotecnia política.
Andrés Manuel López Obrador y Enrique Alfaro Ramírez inician su tercer año de gobierno en las antípodas discursivas, pero en realidades y estilos indistinguibles: resultados nimios, tono beligerante, visiones rimbombantes.
Iniciaré con el presidente. En la mañanera del lunes afirmó que lo más difícil de su mandato ha sido enfrentar la pandemia, luego la crisis económica y “en tercer lugar, los ataques en los medios y la reacción conservadora”.
El mesías de Macuspana olvidó la inseguridad. En dos años, AMLO casi llega a la cantidad de homicidios que el campeón de la violencia desde la silla presidencial: Felipe Calderón. Eso dice mucho de un mandatario concentrado en pelearse con periodistas e intelectuales antes de reconocer el baño de sangre que rebasa niveles históricos.
Nos sorprendió la crisis del Covid. Las condiciones del sistema de salud para enfrentar la pandemia eran muy complicadas y, sin embargo, hasta donde reporta López-Gatell, no se ha saturado. Sin embargo, más allá de los contagios, las muertes por el nuevo coronavirus son desproporcionadas respecto a la población: cuarto lugar en muertes con 105 mil 940 contra el décimo lugar en población global.
Y, hasta el último reporte que tengo, todavía no tenemos un sistema sanitario como el de Dinamarca (promesa del Peje a inicios de 2020).
En lo económico, si bien hay control inflacionario, el desempleo desbarrancó, por no hablar del PIB. El estado de bienestar sigue siendo una tesis y los grandes proyectos de infraestructura carecen del respaldo del sector privado. Sus apoyos universales y directos le han mantenido millones de simpatías, pero se encuentra lejos de un efectivo combate a la pobreza.
Como decía el Mago Septién: “Al final, sólo queda la frialdad de los números”. Van 58 mil homicidios dolosos contra 23 mil de Calderón en el mismo periodo y 34 mil de Peña Nieto. Una generación del PIB de menos 8.6 por ciento contra el 3.4 y 3.5 por ciento de los anteriores presidentes.
El combate a la corrupción como la panacea que revolucionaría al país es ilusoria. Es loable promoverla, pero sólo ha quedado en un juego floral insustancial.
Ahora el gobernador. En web todavía se encuentra el sitio enriquealfaro.mx/refundacion. Ahí se pueden apreciar los principios fundamentales de la refundación de Jalisco.
El primero es reconciliar. Alfaro pretendía “construir un nuevo acuerdo social que reconstruya los lazos de confianza que se han roto y que acabe para siempre con el pacto de impunidad y corrupción del viejo régimen”. Así es… del creador de A Toda Máquina y los medicamentos a sobreprecio. Del político obcecado y que pendejeó a su población.
Reorganizar es el segundo. Al crear las coordinaciones y redibujar las antiguas secretarías aumentó la burocracia dorada. Su ejercicio de gobierno ha padecido de mesitis aguda: todo lo quiere resolver creando mesas de análisis para justificar sus propias decisiones.
El siguiente es repensar. En el centro de este principio se encuentra la iniciativa de una nueva constitución para Jalisco, algo que lleva meses en la congeladora del Congreso. Por otra parte, su incidencia tiránica en los otros dos poderes lo acerca más al viejo PRI que a un espíritu nuevo.
El último es renacer y pretende que “recuperemos la tranquilidad”. Cabe recordar que Jalisco es el estado que tiene más desaparecidos del país, los asesinatos tuvieron en 2019 su año récord y las fosas saturadas hacen de la inquietud y el miedo la moneda corriente.
Lo dicho. No son dos estadistas, sino un par de autócratas que se ven al espejo con discursos grandilocuentes y poco efectivos.
Twitter: @cabanillas75
jl/I