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Se separaron
Mejor restar
Siempre tuve la inquietud de dejar la gran Ciudad de México. Pensaba en ir a vivir a la tranquilidad de la provincia mexicana: pueblos pequeños, con poco tráfico y menos ruido, de esos donde todo mundo se conocía. Algo muy romántico, pues.
Aprendí a las malas que no es fácil cumplir esos sueños. Cuando llegó la oportunidad de dejar el entonces Distrito Federal –la capital del país– fue de la mano de un ascenso a la gerencia regional sureste en la fuerza de ventas de Tequila Sauza, con residencia en la ciudad de Villahermosa, capital de Tabasco.
En ese entonces Villahermosa era todavía un pueblo grande, con muchas de sus calles aún sin pavimentar. Recuerdo que aquel gobierno de principios de los ochenta entró en un frenesí modernizador y pavimentaron muchos kilómetros de calles. Por la noche circulabas rumbo a casa por terracerías que al día siguiente por la mañana encontrabas perfectamente asfaltadas y así cada día.
También recuerdo de la temible amenaza de una enfermedad en ese tiempo confinada a esa zona: el dengue. El contagio provenía del mosquito aedes aegypti provocando síntomas específicos: fiebre muy alta y escalofríos, fuerte dolor de cabeza y articulaciones, cansancio extremo, y tos seca, no existe curación para el dengue, sólo paliativos para los síntomas que duran de cinco a siete días.
El dengue, lejos de ser una amenaza nueva, se ha convertido en un viejo enemigo que el gobierno mexicano enfrenta cada año con la misma improvisación y los mismos discursos vacíos. Las autoridades anuncian campañas de fumigación, repartición de abate y brigadas de salud, pero la realidad en colonias populares, zonas rurales y comunidades marginadas muestra un abandono evidente. Las plagas de mosquitos proliferan en charcos, lotes baldíos y drenajes colapsados, todos ellos resultado de la falta de mantenimiento urbano y de la indiferencia institucional.
Mientras tanto, los hospitales públicos se saturan con casos que van desde la fiebre clásica hasta el dengue hemorrágico, sin capacidad suficiente ni personal especializado para atender la emergencia. Las cifras oficiales se maquillan con el argumento de que “el repunte estaba previsto”, como si la previsión justificara la falta de acción. En cambio, se gastan recursos en propaganda y conferencias donde funcionarios repiten frases de autocomplacencia que no curan ni previenen.
Las consecuencias se notan con mayor fuerza entre los más vulnerables. Los niños de zonas marginadas son los más expuestos por la falta de control sanitario, mientras que los adultos mayores y los enfermos crónicos pagan las consecuencias de un sistema de salud que no ha sido capaz de responder con rapidez ni eficacia. En contraste, quienes viven en zonas con servicios y atención médica privada apenas escuchan del problema.
El dengue, como muchas otras enfermedades prevenibles, no sólo es un asunto médico, sino un reflejo de desigualdad social y de negligencia política. No se trata de erradicar al mosquito, sino de erradicar la inercia de los gobiernos que repiten los mismos errores año tras año. La salud pública no puede seguir dependiendo del clima o de la suerte, sino de una gestión responsable, continua y verdaderamente comprometida.
Lo deseable sería que hubiese programas efectivos.
Así sea.
X: @benortegaruiz
jl/I