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¡Ánimas no!
Mejor restar
Formábamos parte del coro de la iglesia de la colonia, agrupación que llegó a rondar los 40 elementos dirigida atinadamente por un guitarrista seglar y un joven sacerdote, ambos buenos amigos. De ese gran grupo, unos pocos nos entendíamos bien y destacábamos un poco en las interpretaciones de las canciones de la misa.
Ese grupito de cinco nos organizamos para ensayar la misa en sus diferentes variantes y versiones y, una vez logrado un nivel de calidad, nos ofrecimos para cantar en bodas, quince años, primeras comuniones, etcétera, por una módica cuota. La iniciativa tuvo bastante éxito, tanto que había fines de semana que cantábamos en cuatro o cinco eventos. El mayor logro fue que cimentamos una amistad que prevalece hasta la fecha, 56 años después.
Poco después comenzamos a ensayar algunas piezas de música popular y eso dio origen al Grupo Palabra, con el que tuvimos algunas presentaciones en salones de actos y teatros, además de continuar con las misas especiales.
Cuando los feligreses acudían a la parroquia a definir los servicios que deseaban para su evento, uno de los rubros era la música y algunos empezaron a preguntar si había algo más que el organista, entonces le ofrecían al grupo de jóvenes que eran parte del coro. Cada vez que alguien pedía nuestra participación teníamos que acudir obligadamente.
Entonces, éramos un grupo de jóvenes de alrededor de 17 años que trabajábamos haciendo algo que nos gustaba. Ganábamos buen dinero y con él pagábamos nuestros gustos, algo de ropa, los cafés y los paseos con las novias. Todo salía del trabajo, si bien éste se trataba de algo que nos daba placer realizar, nos costaba también dedicar tiempo a ensayar y practicar varios días por semana para realizarlo correctamente. Nadie nos regalaba nada.
En su reciente informe de hace una semana, Claudia Sheinbaum volvió a destacar con entusiasmo los programas sociales, en particular Jóvenes Construyendo el Futuro. Según la narrativa oficial, se trata de una herramienta para combatir el desempleo juvenil y evitar que miles de muchachos caigan en actividades delictivas.
A pesar de los elogios, la realidad muestra claroscuros que Sheinbaum omitió deliberadamente. El programa ha significado un gasto multimillonario de recursos públicos –más de 100 mil millones de pesos en los últimos años– que, en buena medida, se han destinado a jóvenes sin capacitación real, que tampoco se incorporan después al mercado laboral.
La propia Auditoría Superior de la Federación ha señalado fallas en la supervisión: talleres inexistentes, empresas fantasma y beneficiarios que nunca acudieron a trabajar. Muchos jóvenes reciben el apoyo económico mes con mes, pero sin adquirir habilidades útiles, lo que convierte el programa en un subsidio disfrazado.
Aunque Sheinbaum lo presenta como una política transformadora, en la práctica se ha convertido en una transferencia masiva de dinero sin resultados claros en productividad ni en reducción de la informalidad. Al final, el programa perpetúa el clientelismo político bajo la apariencia de inclusión social.
Más que presumir la cantidad de beneficiarios y el dinero entregado, el informe debería centrarse en evaluar la eficacia real. Ojalá en el próximo informe nos diga cuántos beneficiarios se han incorporado, finalmente, al mercado laboral formal.
Así sea.
X: @benortegaruiz
jl/I