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Dignidad

En algún aciago momento de la vida todos, o casi todos, pasamos por periodos de crisis. Momentos que deseamos que pasen, desaparezcan, acaben pronto, pero que, a veces, se alargan por semanas, meses e incluso años, convirtiendo la existencia en un incesante problema.

De pronto algo sucede y nos encontramos sin empleo. Algo pasó que provocó el despido, desde un ajuste de personal, hasta una metida de pata en la chamba, pero quedamos desempleados.

Bajo esa circunstancia, buscamos, primero, a la familia y amigos cercanos para informarles y pedir su ayuda para encontrar un nuevo empleo. Luego al grupo de los no tan cercanos, pero sí solidarios. Antes también buscábamos en el “Aviso Oportuno” de los periódicos, y así recurrimos a todo lo que se nos ocurre para volver a trabajar.

Mientras pasa la crisis, ante nuestra desesperación, se estiran los ahorros para cubrir lo indispensable: renta, sustento, escuelas, etc. Después se acumulan las cuentas y se atrasan los pagos, se apilan los préstamos de familiares y amigos que hacen un esfuerzo para ayudarnos a ir saliendo.

Recuerdo un periodo de esos, hará casi 30 años, cuando un buen amigo que trabajaba como representante en Ciudad de México de una de las entidades del país me abordó durante una comida y me sondeó preguntando cómo iba con la chamba. Le dije que por el momento no tenía trabajo y, sin dudarlo, me ofreció una plaza en las oficinas que él manejaba. De inmediato le pregunté qué tendría que hacer y en qué domicilio para medir si me era posible desempeñar el cargo. Cual sería mi sorpresa cuando me dijo que la oferta era de “piloto”. Al indagar un poco más de plano me soltó que no tendrá que hacer nada más que cobrar y punto, o sea, estar de aviador.

Debo decir que con mi papá y en general en mi familia ese tipo de prácticas era muy criticado. Veían muy mal que una persona cobrara sin trabajar, sin esforzarse. Así se lo hice saber a mi amigo, dándole las gracias por su ofrecimiento, pero rechazándolo. Él amablemente insistió diciéndome que sólo sería para ayudarme mientras encontraba trabajo, pero persistí en la negativa y nunca lo acepté. Así son las cosas cuando lo que vale en la vida son los principios que te inculcan en tu educación.

El reciente incidente de la “asesora técnica” Elizabeth Castro Cárdenas, contratada por el director del Siapa, Antonio Juárez Trueba, sin tener el perfil adecuado para desempeñarse como tal, es un claro ejemplo de que estas prácticas permanecen en las estructuras de todos los niveles y colores de gobierno. A decir de la propia señora Castro en una transmisión en vivo que hizo de un careo que tuvo con un ciudadano que la criticó por cobrar de aviadora, ella no trabajaba en el Siapa, sólo cobraba ahí, por cierto, una jugosa cantidad de dinero. Dijo también, como para justificar el pago, que estaba “comisionada” a otra dependencia, sin mencionar a cual, por lo que la duda persiste.

Lo deseable sería que esta costumbre fuera perseguida y sancionada por las fiscalías anticorrupción.

Así sea.

X: @benortegaruiz

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