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Previsión

Leo las notas periodísticas recientes sobre el crecimiento de los contagios de sarampión y me vienen recuerdos de hace más de sesenta años, cuando las enfermedades eruptivas preocupaban a nuestros padres. A algunos de ellos les tocó vivir todavía contagios de la mortal viruela que diezmaba a las familias. 

Cuando comenzaba a saberse que surgían contagios, la preocupación iba subiendo en los hogares, en especial por el sarampión que dejaba consecuencias graves como la pérdida del oído. Recuerdo unas fiestas navideñas que mis hermanos y yo pasamos en cama y aislados debido a una eruptiva, aunque no puedo precisar si fue sarampión o varicela, pero que nos mantuvo frustrados y aburridos, lejos del festejo de la planta baja. 

Recuerdo también la angustia que mostraba mi mamá cuando mi hermana menor, ya una joven adulta, cayó postrada a pesar de las vacunas, con lo que parecía una revoltura de sarampión con rubeola o algo así, pero que resultaba más peligroso al no tratarse de una niña. 

A lo largo de los años, las vacunas se fueron desarrollando e integrando al cuadro básico del sector salud, con lo que se consiguió abatir las eruptivas hasta casi extinguirlas. Esa era la buena noticia hasta hace poco tiempo cuando se supo del resurgimiento del sarampión y de cómo han ido aumentando los contagios. 

Durante décadas, el sarampión fue una de las enfermedades más temidas por su alta capacidad de contagio y sus efectos devastadores, sobre todo en la infancia. En el siglo XX, millones de personas murieron en todo el mundo antes de que la ciencia encontrara una solución eficaz: la vacuna. A partir de la década de 1960, la inmunización masiva logró un avance histórico. En muchos países, incluido México, se declaró prácticamente erradicado a finales del siglo pasado. El sarampión se convirtió entonces en un ejemplo del triunfo de la salud pública y la cooperación internacional. 

Sin embargo, en los últimos años, ese éxito se ha visto amenazado. Brotes recientes en distintas regiones del mundo, incluyendo América Latina, han evidenciado un preocupante retroceso: el regreso de una enfermedad que se consideraba controlada. Las causas son múltiples: la desinformación sobre las vacunas, la desconfianza hacia los sistemas de salud, el impacto de la pandemia en las campañas de vacunación y la falta de cobertura en zonas rurales o marginadas. En México, las cifras de vacunación han caído de forma constante desde hace más de una década, y en varios estados existen ya casos confirmados de contagio importado y transmisión local. 

El riesgo es evidente: el sarampión puede propagarse con una rapidez alarmante en poblaciones donde la inmunización es baja. Si no se refuerzan las campañas de vacunación, el país podría enfrentar brotes más amplios que pongan en riesgo a niños, adultos jóvenes, personas de la tercera edad e individuos con defensas bajas. En el corto plazo, las autoridades deberán actuar con rapidez y responsabilidad para evitar que una enfermedad que alguna vez se consideró superada vuelva a instalarse como amenaza permanente. El sarampión, más que un virus, se ha convertido en un espejo de nuestra fragilidad social frente al olvido de la prevención. 

Resulta importante nuestra responsabilidad para asumir la tarea de prevención en la familia para contribuir a contener el crecimiento de los contagios. 

Así sea 

X: @benortegaruiz

 

jl/I

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