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Paisaje lunar 

Mi papá nos llevaba a visitar a mi abuela cada domingo sin falta. Antes de tener su propio auto, nos íbamos en un taxi desde la zona de Polanco hasta la colonia Industrial (cercana a La Villa) a visitar a su mamá y a sus hermanas, mis tías. Cuando adquirió un carrito Ford Cónsul del 57, nos transportábamos en él y sabíamos que se acercaba la casa cuando mi papá anunciaba con bombo y platillo: llegamos a Éuskaro de los baches. 

La calle Éuskaro, ya en la colonia Industrial, era entonces una vialidad de paso por la colonia para el transporte público, vehículos de carga y autos en general, pues cruzaba varias avenidas de la zona. El uso intensivo a que era sometida la vialidad, a principios de los sesenta, la mantenía llena de hoyos, tanto, que para circular por ella no se necesitaba pericia para evitarlos, sino para caer en los menos grandes. 

“Champ… inche hoyote” Es una frase que se convirtió en clásica para nuestro grupo de amigos. Uno de ellos nos platicaba, mientras circulábamos por las calles de la Ciudad de México, que en un evento al que acudió les sirvieron a todos los asistentes champaña, cuando en medio del relato y de la palabra champaña caímos en un enorme bache. La frase quedó en nuestros modismos de la época debido a la gran cantidad de hoyos de todos tamaños que proliferaban en la ciudad a principios de los setenta. 

Actualmente, las carreteras del país atraviesan por un grave deterioro que se refleja en su estado plagado de baches, hundimientos y deformaciones del asfalto. En muchas regiones, los tramos federales presentan hoyos tan profundos y extendidos que imposibilitan una circulación fluida y segura. 

Esta situación no solo representa un problema de movilidad, sino un riesgo permanente para los conductores: los accidentes ocasionados por la pérdida de control del vehículo al esquivar o caer en un bache son cada vez más frecuentes. Además, los daños mecánicos –llantas reventadas, rines doblados, suspensión dañada– generan un gasto adicional que termina trasladándose al bolsillo de los ciudadanos, quienes ya pagan impuestos destinados, en teoría, a mantener la infraestructura vial en buen estado. 

En Jalisco, particularmente en la Zona Metropolitana de Guadalajara, el problema se ha intensificado durante el actual temporal. El agua acumulada en las calles acelera la formación de baches y agranda los ya existentes, provocando que las vialidades principales y secundarias se vuelvan auténticos campos minados. Aunque las autoridades han anunciado programas de bacheo y pavimentación, la magnitud del problema ha superado los esfuerzos oficiales, que suelen ser reactivos, insuficientes y en muchos casos de calidad deficiente. Los parches colocados con asfalto de mala resistencia se deshacen en cuestión de días con las siguientes lluvias, generando un ciclo interminable de reparaciones fallidas. 

La falta de planeación, la escasa supervisión de las obras y la evidente corrupción en los contratos de mantenimiento vial profundizan la crisis. No se trata de simples baches: es un reflejo de la desatención crónica en infraestructura que afecta la movilidad, la economía y la seguridad de millones de ciudadanos. Mientras no se implementen estrategias de mantenimiento preventivo y de calidad, las carreteras y calles seguirán siendo una trampa para quienes transitan diariamente por ellas. Ojalá tomen, una vez más, nota del problema. 

Así sea. 

X: @benortegaruiz 

jl/I