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Presencia

A principios de los setenta formaba parte de un grupo juvenil en la parroquia donde vivía. Éramos jóvenes que teníamos entre 18 años los menores hasta 24 o 25 los mayores, todos aún solteros. Organizábamos actividades para mejorar las relaciones entre vecinos y la comunicación familiar -entre padres e hijos y viceversa- en la comunidad, que abarcaba varias colonias.

Entre las actividades que organizamos hubo una competencia en autos de rapidez, conocimientos e ingenio: un rally enigmático. Los equipos participantes, de hasta cuatro integrantes cada uno, debían responder unas preguntas de cultura general, conseguir una serie de objetos poco comunes y resolver un enigma que les indicaba a donde ir a entregarlo todo para obtener el cuestionario correspondiente a la siguiente etapa.

Con el grupo de scouts organizamos también un par de esos eventos con mucho esfuerzo, pero, hay que decirlo, con bastante éxito también. Afortunadamente no tuvimos en ninguno de ellos incidentes de preocupación.

Para poder circular por las calles de la capital había que tramitar un permiso en las oficinas del entonces Departamento de Tránsito del Distrito Federal, cuyo titular era un teniente coronel al que debíamos visitar y convencer de otorgarnos el permiso, cosa que logramos con dificultad la primera vez y con gusto las siguientes pues habíamos trabado amistad con el oficial.

Fue entonces que tuvimos conocimiento de una anécdota que terminó siendo leyenda urbana. Era sabido que el presidente López Mateos gustaba de correr autos y salía temprano a hacerlo en la Calle 10, que va desde Constituyentes bordeando el nuevo Chapultepec y el panteón de Dolores y hasta Las Lomas.

Cuentan que un día muy temprano que volvía hacia Los Pinos por el Periférico, circulando a exceso de velocidad, fue visto por un motociclista del escuadrón de tránsito que lo detuvo sin saber quién era. Cuando vio sus documentos, al percatarse de quien se trataba tuvo que optar por infraccionarlo o no. Decidió que, si lo despedían, mejor que fuera por cumplir con su obligación y le aplicó la multa.

Más tarde aquel día le ordenaron presentarse en la oficina del presidente y, al hacerlo, fue felicitado y ascendido a mayor. Esto lo llevó finalmente a la dirección del Departamento de Tránsito en la que estuvo varios años. La moraleja sería hay que hacer bien el trabajo tope donde tope.

A lo largo de los últimos seis años, durante el gobierno de Enrique Alfaro, era muy difícil encontrar agentes de tránsito (movilidad) en calles y cruceros viales. Ni siquiera se les veía en eventos que a todas luces requerían su presencia, la Policía Vial estuvo desaparecida, y cuando algún reportero preguntaba por ellos, el gobernador evadía responder, ignorando la pregunta o desviando el tema.

De que la estructura de la Policía Vial seguía existiendo en la Secretaría de Movilidad y se pagaban las nóminas del personal, no hay duda. La cuestión es ¿qué hacían que no se les veía por ningún lado? ¿En qué lugar los tenían destacados o comisionados que se volvieron invisibles?

En la actual administración han vuelto a tener presencia formando parte del paisaje urbano, pues es común verlos circulando por las calles y en los cruceros agilizando el tránsito. Lo mejor sería que se mantengan la vigilancia y el servicio vial de manera permanente, por la seguridad de todos.

Así sea.

X@benortegaruiz

jl/I